No era mi intención hablar hoy del tiempo, sino de las 27 corrupciones, una por cada letra del abecedario, de las que hablo en el segundo capítulo del libro que ha salido a la venta esta semana. Sin embargo, la copiosa lluvia del sábado de la llegada de la primavera me ha llevado a otra estación en el que la corrupción no viaja escondida en sobres B, sino que es ideológica, o si quieren política, pero sin mediar billetes.
En la madrugada del sábado parecía que el cielo había abierto las compuertas y me acordé del daño que a principios de mes hizo el Ebro a su paso por Aragón, y que al llegar a Catalunya se apaciguó. Dejó de ser alfaguara para recogerse a su cauce natural evitando que las fincas, granjas y pueblos de la ribera catalana quedaran afectados como a sus vecinos de poniente.
No fue un milagro de la naturaleza, sino en todo caso humano en forma de obra pública. En la década de los 60, el Ministerio de Obras Públicas decidió crear un embalse en el último pueblo de la provincia de Huesca, de la franja: Mequinenza. El viejo pueblo quedó como un pecio hundido en el mayor embalse que tiene el Ebro. Si la obra se hubiera hecho hoy, los verdes se habrían puesto colorados.
Cuando el mediático economista Niño Becerra defiende que para calcular las balanzas fiscales de los territorios hay que ir a lo que los expertos llaman flujo monetario. Es decir el diferencial entre lo que el Estado ingresa en un territorio y lo que invierte, en lugar de la otra medida que se llama carga/beneficio, que contempla el beneficio que produce una obra a un territorio con independencia de dónde se haya hecho la inversión.
Me da igual que el Niño Becerra ponga cara de cabra montés y defienda, y con él todo buen nacionalista, la ecuación del flujo monetario porque no hay que ser economista para entender lo que el Ebro nos ha demostrado.
Con la fórmula del Niño Becerra del flujo monetario, que es la que defienden lo Mas i Orioles and Company, como hace cinco décadas el Estado hizo la inversión en Aragón, esa comunidad es la que se ha beneficiado de la infraestructura hidráulica.
La realidad tiene la contundencia del que carece el discurso interesado de los políticos de turno. El Ebro es una corriente que a veces tiene mala baba, pero que también sabe reírse de ellos.
Roberto Giménez