Mi generación es la que manda. Me explico: no es que mande porque sea mi generación, sino porque la edad de mandar. Le toca hacerlo por pura ley biológica. Esa generación creció con los ecos lejanos de la rebelión estudiantil parisina del 68, de Katmandú como la meca espiritual, y la marihuana y el hachís como instrumento de lucha contra el Sistema. Mi generación entendía a ETA porque luchaba por la libertad contra una larga dictadura de 40 años, y si mataba hasta pacíficos conciudadanos de comunión semanal, decían ‘por algo será, algo habrá hecho’. La revolución cultural de la China de Mao era el no va más, y dentro del bloque comunista el país a imitar era Yugoslavia. Allí Tito había conseguido que se practicara la autogestión en las fábricas y en el que las diversas nacionalidades vivían en armonía albano-kosovar, bosnios, croatas y serbios, respetándose. Autogestión era el tótem. El Partido, el único partido que existía contra Franco, tenía su sede nacional en la democrática Rumania de Ceaucescu desde donde los antifranquistas escuchaban de amagatis las ondas de la Libertad: Radio Pirenaica. Los sindicatos no podían ser reivindicativos, tenían que ser revolucionarios. De hecho, la democracia burguesa a la que nos llevaba la transición política era un simple tránsito para llegar a esa arcadia feliz del comunismo libertario en el que todos seríamos iguales y libres, sin distinción. Las chicas no llevaban sujetador, era una prenda opresiva y por lo tanto machista. Mi generación empezó a cuestionar el matrimonio como institución, y fue la primera que descubrió el gozo de la separación y el divorcio. El sexo era la asignatura pendiente que había que aprobar imperiosamente. Mi generación quitó el crucifijo del cabezal de la cama. Unos, directamente dejaron de creer y otros confeccionaron una religión de pret a porter, a la medida, que no molestara. Mi generación consiguió que en la Facultad de Periodismo de la Universidad Autónoma se dejara de estudiar inglés, porque esa era la lengua imperialista que masacraba a inocentes en la guerra de Vietnam. Mi generación de California tomaba ácido LSD para coger alucinaciones caleidoscópicas.
Mi generación se ha hecho mayor. Por simple ley natural, es la que tenía que transmitir a la que le sigue el legado de la que le ha precedido, pero no era consciente de que una generación no es más que el peldaño de una escalera que se sabe de dónde viene, pero no adónde va.
Después de oír lamentarse a un grupo de profesores de Instituto de que los chavales no saben obedecer ni respetar ni aceptar las normas que se les impone, no puedo evitar de hacerme la pregunta de qué tipo de valores ha sabido transmitir mi generación…
Luchábamos contra la Casta del franquismo. Mi generación cuando tenía veinte años era generación Podemos. Sólo que no lo sabía.
Roberto Giménez