Estamos a punto de vivir unos días en los que se entremezcla magia y tradición. Días muy especiales para algunos, odiosos para otros y sin importancia para unos pocos. Lo cierto es que si reflexionamos un poco nos daremos cuenta de una gran realidad que empieza la noche del 24 de diciembre y termina el 6 de enero, día de la epifanía del Señor.
Estas fechas se celebran desde tiempos inmemoriales. No sabemos cuando se empezó a celebrar el solsticio de invierno, pero es el origen de todo. Con el paso de los años aquellas fiestas paganas que romanos y griegos incluyeron en sus fiestas tradicionales se reconvirtieron y se cristianizaron. Ya no se celebraba el solsticio, sino el nacimiento del hijo de Dios. También desde tiempos ancestrales ponemos arboles en nuestras casas. Es una tradición que viene del norte de Europa. Por estas fechas es cuando hacía más frío y las familias o tribus se reunían en casas durante más de diez días, sin salir, y celebraban aquello quemando troncos de árboles y comiendo la abundante carne que tenían. Con los años los árboles dejaron de quemarse y se empezaron a adornar y se encendieron luces para conmemorar aquella tradición que proviene del norte de Europa.
También desde tiempos inmemoriales se canta en las casas canciones. Es una tradición intrínseca en el ser humano. Aquellas canciones paganas fueron evolucionando y se cristianizaron. Con el tiempo se compusieron villancicos dedicados al hijo de Dios y, el paganismo desapareció para convertirse en todo aquello que, aunque pagano, se refiere a aquello que celebraremos estos días. Los villancicos salieron de las casas y se trasladaron a las calles y a las iglesias. Con la evolución tecnológica llegaron a la radio y a la televisión.
Ya por el siglo IV había un obispo llamado Nicolás de Bari que hacía presentes a los niños necesitados. La historia de aquel santo obispo se convirtió en el llamado Sinterklass de los países del norte. Su personificación es un hombre mayor, con barba, vestido de rojo y con mitra. Esa tradición ancestral vinculada con el cristianismo viajó de la vieja Europa al Nuevo Mundo. Hubo un hombre que sintetizó la tradición del obispo Nicolás con Sinderklass. Este hombre se llamaba Clement Clarke Moore y en el año 1823 publicó A visit from St. Nicolas. En ella juntaba las dos tradiciones e incluyó de otras que él mismo se inventó. Ya teníamos el guión. Thomas Nast, en 1863, dibujó el personaje y Norman Rockwell lo inmortalizó. Con los años, allá por los cuarenta dl siglo pasado, nació Rudolf, el reno de la nariz roja. Y la magia se produjo y aquel Sinterklass del Viejo Mundo que viajó al Nuevo Mundo regresó al primero reconvertido en Santa Claus o San Nicolás y, desde finales del siglo XIX, se celebra aquello que magnificó Clement Clarke Moore la noche de Navidad.
La magia y la tradición se entremezclan con el consumismo. Es tradición en los Estados Unidos empezar a preparar la Navidad después del Thanksgiving Day -Día de acción de Gracias-. En otros países los preparativos empiezan quince días antes. La verdad es que no existe un día clave para que se inicien los preparativos. Lo único cierto es que se inician y muchos entran o entramos en una vorágine llena de magia. Se compran los regalos y se esconden para que los más pequeños de la casa no los localicen. Hay carreras, dolores de cabeza, sueños e ilusiones concentradas en estos preparativos que en algunas casas se descubrirán la noche de Navidad o en la noche de Reyes.
Y no nos podemos olvidar del os Reyes Magos. Simbológicamente se hacen presentes a los niños nacidos en cada casa y, e esta manera conmemoramos aquello que pasó en Belén, cuando Gaspar, Melchor yBaltasar le entregaron sus presentes al Niño de Dios. Todos somos hijos de Dios y, por lo tanto, rememoramos el 6 de enero algo que tradicionalmente pasó antaño.
Al fin y al cabo cada uno tiene su manera de celebrar esta festividad ancestral. No hay una sola Navidad, sino que cada uno la vive como cree y considera que ha de hacerse. Por eso es lógico que cada generación lamente el significado actual de la Navidad. Siempre se quiere volver a lo que piensan que era. Y eso no puede ser. Nuestros recuerdos son agradables sobre el pasado y, con la pérdida de los seres queridos, desearíamos dar marcha atrás. En ocasiones mitificamos el pasado, consideramos que aquello era lo mejor y no es cierto. Era una parte de nuestra vida y la recordamos con cariño porque en esa imagen había personas que hoy no están. Así de sencillo. Y eso no quiere decir que fueran ni mejor ni peores que las actuales, sino diferentes. Y esto es lo maravilloso del asunto, porque las tradiciones y los recueros nunca son estáticos y nunca se parecen a lo que uno imagina que fueron antes. Ahora bien, la magia de estos días permite que los preservemos en nuestro inconsciente y nos emocionemos -como diría Charles Dickens- al recordar la Navidad pasada.
Cada uno de nosotros transforma las tradiciones y se las hace suyas. Al no ser una tradición estática esto hace que se engrandezca y se convierten en eternas. La magia tiene mucha importancia estos días.
Y la grandeza de la Navidad está intrínsecamente ligada a tres hechos que hemos mencionado. En cierta ocasión vivió una persona llamada Nicolás. En Belén nació un niño y tres personajes le llevaron presentes. Ahí justamente está la grandeza de la Navidad. Creyentes y no creyentes, tradiciones paganas, laicas o cristianas, todo esto se sintetiza en una cosa, aunque alguien pueda dudarlo.
A lo largo de la historia han nacido miles de niños. Ahora bien, hace más de 2.000 años nació uno en Belén. Puedes creértelo o no, pero cada año rememoramos o celebramos el nacimiento de ese niño al que los creyentes consideran el Hijo de Dios. Por eso aquella fiesta pagana de la cual hablamos al principio y que, con el paso de los años se reconvirtió en cristiana, hoy en día es universal. Creyente y no creyente, envueltos o no en el caos comercial, con o sin niños, alegres o tristes, solos o acompañados… siempre encontramos un momento, durante estos días, para celebrar el nacimiento de un niño que ocurrió hace más de dos mil años. Esa es la grandeza de la Navidad.
Y, por supuesto, no podemos cerrar esta reflexión sin adentrarnos un poco en el mundo mágico y tradicional de Clement Clarke Moore. Hace casi doscientos años de su pluma nació una frase que puso en boca de Santa Claus: Happy Christmas to all, and to all a good-nigth. Pues eso, Feliz Navidad a todos, y a todos buenas noches.
César Alcalá