ERC se tiene que sacar de encima el maricomplejines que lleva y demostrar que puede gobernar Cataluña, lo cual es complicado. Y para hacerlo, deben enviar a la oposición a JxCat, que es el cáncer de la política catalana. Formada por la derecha convergente radicalizada gracias a Artur Mas. Tiene que dar un golpe sobre la mesa y, aunque sea mentira, imponerse ante los demás y decir que, como vencedor de las elecciones gobernará solo. Una mentira, pero como no han aceptado la victoria del PSC, debemos asumir que ellos ganaron las elecciones.
Sacarse estos complejos implicaría, de una tacada, dejar a más de 200 altos cargos post convergentes en la calle. Muchos de ellos llevan desde la época de Pujol. El problema radica no en echarlos a la calle, que esto es lo más fácil de este mundo. El problema de ERC es que sus cuadros -los sustitutos- no están capacitados para sustituir a estos funcionarios políticos, porque después de tantos años es lo que son. ERC no tiene un músculo funcionarial lo suficientemente fuerte como para tomar esas riendas. Conoce más la administración un auxiliar administrativo que algunos dirigentes que llevan años en la política municipal. Y ese es el problema.
De no ser así difícilmente se darían las circunstancias actuales en Cataluña. ¿Cuáles? Tener un presidente monigote en el Palau de la Generalitat, subordinado a la autoridad nacional catalana, que está asistida por un Consell per la República integrado por post convergentes. Dicho de otra manera, una política de confrontación con España y abocada a romper definitivamente la unidad de Cataluña.

En otras palabras. La política catalana tiene que estar subordinada a un señor que, por cobardía huyó a Waterloo, llamado Carles Puigdemont. El cual, al no poder mover los hilos en Cataluña, pretende hacerlo con un invento llamado Consell per la República. Y la pregunta o reflexión es la siguiente. ¿En qué momento se decidió que este señor era líder in pectore de la política catalana? Alguien le ha atribuido a este señor un cargo vitalicio de presidente de la Generalitat. Nadie le tose y hace lo que le da la gana. No se presenta a unas elecciones como líder pero, pase lo que pase, el continúa siendo presidente. Es todo surrealista. Y, encima, se monta un chiringuito pagado por todos los catalanes.
Y mientas este surrealismo está defendido por los acólitos vividores del procés que están en JxCat, los de ERC agachan las orejas y pasan por el tuvo. ERC tiene un sentimiento de inferioridad. Tal vez porque están convencidos, como Jordi Pujol, que Cataluña es propiedad de la antigua Convergencia y Pujol, como ahora Puigdemont, son sus caciques. Aún creen que en Cataluña se hace lo que dicen estos señores. Y si no lo hacen, como es de esperar, los van a llamar botiflers. Y la ERC del siglo XXI no quieren ser botiflers, pero tampoco quieren ser políticos y menos gobernar la Generalitat en solitario.
Y mientras siguen con ese maricomplejines que les afecta diariamente, Cataluña sigue paralizada. ERC se equivocó tiempo atrás. Empezó a enrolar en sus filas a muchos “cumbas” o “perroflautas” que, en vez de ir de acampada a la montaña, encender un fuego y cantar canciones, decidieron organizar una lista electoral y jugar a ser políticos. Esto hubiera podido ser un experimento sin consecuencias, de no haber sido porque los votaron. Y ahora tenemos distribuidos por el territorio un pléyade de políticos vinculados a ERC que no saben gestionar. Por el contrario, JxCat proviene de aquel seny que ya, en su día, demostraron Prat de la Riba, Domènech i Muntaner o Francesc Cambó con la Lliga. Los de ahora son los herederos de ese poso político catalanista de derechas que nunca se ha perdido en Cataluña.
El factor independentista es de nuevo cuño. Muchos ni lo son ni lo han sido nunca. Y mañana, cuando todo esto pase, volverán a ser los políticos conservadores catalanistas de derechas, riéndose de su paso por el independentismo, como lo han hecho de su paso por el franquismo. Y, mientras unos aún están decidiendo qué serán de mayores -ERC- los otros -JxCat- saben perfectamente lo que son y lo que quieren ser. Por eso es tan complicado el futuro político de Cataluña. No pueden estar juntos, porque no se soportan y no pueden gobernar por separado, pues no tienen los suficientes apoyos. Y, mientras algunos intentan repartirse el cortijo, los catalanes siguen en la incertidumbre de lo que pasará mañana. Aunque esta incertidumbre poco le importa a la clase política catalana que vive más pendiente de su ombligo que de las necesidades de aquellos que les votan y pagan sus impuestos para que ellos vivan cómodamente instalados en un mundo paralelo de ficción.