César Alcalá

Aquellos lectores que sean amantes de las películas catastróficas recordaran aquellos finales en los cuales, después de una catástrofe, la gente empieza a salir de sus refugios, casas, confinamientos y un deslumbrante sol les hace ver cómo ha quedado todo y afrontan una nueva vida. Han superado lo que sea y son los supervivientes. En ese momento salen los títulos de crédito y uno debe imaginarse el futuro.

Nosotros ahora somos los protagonistas de esas películas. Estamos confinados en nuestras casas porque un virus llamado covid-19 ha atacado el status quo. Ahora somos los protagonistas de aquellas películas catastróficas. Y la nuestra es tan catastrófica como la peor que uno haya podido ver. Muertos a nivel mundial y enfermos por todas partes. Esta pandemia está atacando a la Tierra. Lo único que nos falta es el protagonista -un guaperas- que sea capaz de encontrar el antídoto y antes de los títulos de crédito se reúna con su mujer y sus hijos, y reciba honores como salvador del planeta.

Es lo que tiene la vida real y un guion cinematográfico. Ahora cada uno de nosotros, desde nuestro confinamiento, escribimos diariamente la película de nuestra existencia. Pendientes de las noticias, esperamos el día que alguien notifique “el confinamiento ha finalizado, pueden salir de sus casas”. Ese día llegará. Lo curioso es que no sabemos lo que ocurrirá. Sabemos lo que vemos ahora. La poca gente que pasea por la calle se aparta de los otros seres humanos. Tiene miedo. Ya no hay conversaciones, sólo una mirada y el cálculo rápido de que aquella otra persona esté a una distancia suficiente para no contaminarte. También se estigmatiza a las personas que tosen, sin estar enfermos. A lo largo de un año cientos de personas tosen. Todos tosemos. Ahora, aquel que lo hace es mirado con terror. ¿Cuántos fumadores no se levantan por la mañana y tosen? Y no por eso tienen el covid-19. Ha penetrado tanto en la sociedad el efecto “tos + covid-19” que ya no se puede toser.

Pero volvamos al tema que nos ocupa: el día después. Las conversaciones giran en torno al día que se levante la veda. Son muchas las preguntas: ¿nos dejarán salir a todos de golpe? ¿saldremos en orden alfabético? ¿el mismo día abrirán todos los bares y tiendas cerradas? ¿podremos hacer vida normal? ¿Ese mismo día podré ir a trabajar? ¿se volverá a la normalidad en un abrir y cerrar de ojos? ¿todo seguirá igual?

Estas son algunas de las preguntas generalistas. Otros se preguntan si los independentistas volverán a dar la matraca. Pero este tema hoy no toca. La realidad es complicada. Nadie sabe lo que pasará. Estamos, como sociedad, desbordados ante la incertidumbre de conocer lo que pasará. Lo cierto es que no será fácil. Si se restringen más los movimientos de la gente, si el confinamiento es más duro, la verdad es que el ansia por salir será expotencialmente muy alta. El otro tema es si a nivel general estaremos preparados para levantar las persianas y retomar la vida cotidiana. Luego está la parte más dolorosa. Todos aquellos fallecidos que la familia no ha podido despedir. Será la hora de hacerlo.

Se nos complican las cosas. La sociedad mundial ha cambiado y cambiará. Una época como la que estamos viviendo sólo es comparable a una guerra mundial. Sabemos que el estado de las cosas cambió con la finalización de los dos conflictos mundiales. Y si pasó, volverá a pasar. Estamos condenados a vivir un cambio global de la sociedad. Siempre a mejor. Quizás nos miraremos de una manera diferente. Quizás no le daremos tanta importancia a cosas fútiles. Quizás empezaremos a valorar cosas que hasta ahora no lo habíamos hecho. Personalmente me quedo con lo que escribió John Bartlow Martin en Mi vida criminal. El protagonista reflexiona sobre su vida diciendo:

“hace unos cinco años, tuve ocasión de meditar, a raíz de cierto suceso. Y pensé: ¿qué es lo que uno saca de este condenado mundo? Comer, beber y dormir, si se tiene dinero para ello. Y si uno puede conseguirlo sin matarse, será tan bueno como otro cualquiera. Leer, pescar, viajar, son cosas que pueden disfrutarse sin llegar al extremo de arriesgar la vida para conseguirlas. No descubre que las codas mejores de este mundo son las más baratas, pero tan sólo llega a saberlo después de muchos años”.

César Alcalá