
Desde el pasado 12 de diciembre los independentistas catalanes están en alegría contenida por dos motivos. El primero son las palabras de Nicola Sturgeon, líder de los nacionalistas escoceses, que pidió un nuevo referéndum para Escocia. Un referéndum no para abandonar el Reino Unido, sino para quedarse dentro de la Unión Europea. El segundo es la posibilidad -si el Brexit se materializa el 31 de enero de 2020- que Clara Ponsatí forme parte del Parlamento Europeo. Esta es la lectura simple de las elecciones. Ahora bien, si nos quedamos en la superficie perderemos la realidad.
La historia de Escocia, hasta el 1707 es la de un país independiente de Inglaterra y Gales. A partir de esta fecha aquellos territorios se unieron para crear el Reino Unido. Escocia está en contra del Brexit. Quieren seguir siendo parte de la Unión Europea. No desean formar parte de un experimento cuyo final está aún por ver. Dentro de la Unión Europea se vive muy bien. Fuera de ella consideran que hará mucho frío. De ahí la problemática que tiene Johnson sobre la mesa.
Pero no sólo debemos hablar de Escocia. Las ciudades del Norte de Inglaterra, como Manchester, Liverpool, Leeds, Newcastle y otras más, están recogiendo firmas para conseguir un hecho novedoso dentro del panorama político inglés. ¿Cuál? El norte de Inglaterra -de haber Brexit- quieren ser gobernados por Edimburgo y no por Londres. Dicho de otra manera, quieren formar parte de Escocia y quedarse dentro de la Unión Europea. Hoy en día llevan 12.000 firmas.
Un buen amigo, Roger Casale, lleva meses pidiendo una tarjeta verde. Desde su ONG New European pide este documento para salvaguardar los derechos de libre circulación. Como dice Casale, “es indispensable esa tarjeta verde para que se mantenga la libertad de circulación tal y como ha habido hasta hoy en día. El Brexit no puede romper una cosa natural que es poder viajar libremente por Europa y Gran Bretaña lo es”.
Con estos datos hagamos unas consideraciones. El problema Escocés no tiene nada que ver con Cataluña. Escocia si que fue un país independiente a diferencia de Cataluña que nunca lo ha sido. Pero consideremos un futurible. Demos el paso e imaginémonos una Cataluña independiente. Bien, dentro de ella un territorio con peso -cualquiera de las cuatro provincias- decide pedir un referéndum de independencia porque se siente y consideran españoles y no quieren abandonar la Unión Europea. A estos se les unen una serie de municipios que no desean ser gobernados desde el Parlament, sino desde el Congreso de los Diputados. Y empiezan a recoger firmas.
En poco tiempo se desmonta la estructura que los independentistas tienen de país. Por otra parte sale un Roger Casale y pide una carta verde para ayudar a la libre circulación y los derechos de los ciudadanos europeos y catalanes. Porque, claro, la independencia traería con ella quedar fuera de la Unión Europea. Un brexit forzoso para los que se quedarían en la hipotética Cataluña independiente. De no tener esta tarjeta y al no ser reconocida internacionalmente como país, los ciudadanos catalanes tendrían dificultades para circular libremente.
Así pues, tenemos una Cataluña independiente, con una parte del territorio pidiendo un referéndum para quedarse en España, y una serie de municipios pidiendo firmas porque quieren ser gobernados desde Madrid y no desde Barcelona. Un panorama que si ya ha sido cansino hasta este momento, no digamos nada con este movimiento político y estratégico.
Cataluña no es el Reino Unido. Por mucho que algunos se hallan emperrado en comparar el referéndum escocés con el catalán, no son vasos comunicantes. Nos enfrentaríamos a una división y a una serie de luchas políticas que agotaría cualquier entendimiento. Normalmente las utopías se ven mejor plasmadas en un papel que en la práctica. Esperemos que el caos no se implante por aquí y que la cordura de algunos que la perdieron sea recuperada. De no ser así, que Dios nos coja confesados.