César Alcalá

Introducción. Una de las consecuencias evidentes de la globalización más media son las fake news. Estas sirven para desinformar a los ciudadanos. Los manipula y les mandan los inputs precisos. No dejan de ser propaganda y posverdades. Sobre todo, estos fake news actúan sobre la posverdad. También la podemos llamar mentira emotiva. ¿Qué significa? Es la distorsión deliberada de la realidad con el fin de crear y moldear la opinión pública e influir en las actitudes sociales. Posverdad fue la campaña del Brexit en el Reino Unido y posverdad ha sido la campaña orquestada en Cataluña relacionada con la independencia. Ambas tienen el mismo punto de partida: distorsionar la realidad con un fin muy concreto y abstracto. El fin es hacer creer que otra realidad es posible y será mucho mejor. “Es mejor para todos abandonar la Unión Europea y es mejor independizarse de España”. Al ser mentiras emotivas no se piensa en las consecuencias reales de la decisión. Y, si se piensa o alguno o alguna duda, otra posverdad le aportará hechos alternativos a la realidad y lo convencerá del gran error que comete si no está de acuerdo con esa posverdad.

En Cataluña hubo dos factores que motivaron la construcción de una posverdad llamada independentismo. La primera, en sí, era en ella una posverdad. El jurista y político Alfons López Tena lanzó el siguiente eslogan: “España nos roba”. El segundo lo dijo el expresidente de la Generalitat de Catalunya Pascual Maragall al decirle la líder de CiU Artur Mas en el Parlament de Catalunya: “su problema se llama 3%”. Este segundo argumento no era, en sí, una posverdad. Era una realidad conocida por muchos y que nadie se había atrevido a decirlo en voy alta o en público. Sobre esta base se elaboró un folklore sentimental. Sobre una base imposible de realizarse -la independencia- se estructuró una posverdad para tapar la realidad. ¿Cuál? España no había robado a los catalanes, fueron sus políticos los que lo hicieron gracias al llamado 3%. Y ahí tenemos el origen de un conflicto político y social más folklórico que real.

Para que sea efectiva esta posverdad se debe estructurar siguiendo tres preceptos básicos. Unos preceptos que son la base del marketing político. Nada ocurre por nada. Siempre se traza un plan y se lleva a la práctica. Ha pasado con el Brexit y a pasado con la independencia en Cataluña. Un plan estratégico basado en estos tres preceptos: mensaje, dinero y activismo.

Mensaje. Es la información que se desea transmitir al receptor. En este caso a la población que se quiere manipular emocionalmente. Ya hemos citado dos mensajes que calaron en la sociedad catalana, pero no son los únicos. Con respecto a “España nos roba” argumentaron que se les debía alrededor de 16.000 millones de euros. Estos números, citados por el exconseller de economía -y hoy en día encarcelado y procesado- Oriol Junqueras, son exagerados e irreales. La realidad no llegaba a los 3.000 millones de euros. Una deuda que quedaba compensaba por las inversiones del gobierno de España en infraestructuras y que los políticos independentistas no contaban, porque no les interesaba.

Continuaron con una tergiversación de la historia. Porque cuando uno desea estructurar una mentira emotiva debe empezar por leer el pasado a mayor gloria de la posverdad. Cataluña había sido ocupada por España en el 1714 -durante la guerra de sucesión-. Por eso se invierten los términos y pasa de llamarse “sucesión” a secesión”. Ahora tocaba restablecer el status quo y volver a ser independientes. Con esto ya tenemos el folklore emotivo montado. Todo era mentira. Los catalanes lucharon por España, para impedir que la Casa de Borbón reinara en detrimento de la Casa de Austria. Nunca Cataluña fue ocupada por España, porque todos los que aquí lucharon se sentían españoles. Eso sí, como están muertos no se pueden defender y han dicho auténticas atrocidades sobre ellos. Es lo que tiene el revisionismo histórico.

La posverdad y el mensaje muere si no se consigue algún resultado positivo. Y este no ha llegado. El nuevo mensaje que decidieron propagar fue “aquí no pasa nada”. ¿Qué quiero decir? El coste de la independencia sería 0. Cuando se produjera abría un reconocimiento a nivel mundial; permanecería Cataluña dentro de la Unión Europea; seguirían en la OTAN; y nada cambiaría. La realidad es que todos los tratados internacionales los ha firmado España. Cataluña quedaría fuera de todo. Y con respecto al reconocimiento internacional, sólo dieron un paso adelante dos personajes dignos de ser estudiados: Nigel Farage y Nicolás Maduro.

Evidentemente estas cosas, abstractas, enganchan poco. Dicho con sencillez: tienen pocos seguidores. Los catalanes se sentían y se sienten europeos y no razonan en dejarlo de ser. Por eso estos inputs debían reforzarse con temas más del día a día. Se volvió al mantra de la economía. El nuevo mensaje expuso que, de ser Cataluña un país independiente, automáticamente se subirían las pensiones a los jubilados; vendrían más empresas al convertirse en un paraíso económico y fiscal. La realidad es que la deuda de las pensiones catalanas supera a la de toda España; y las empresas han huido -más de 4.000- ante la incertidumbre. El dinero, por naturaleza, es cobarde. Los empresarios quieren ganar dinero y estar en un lugar estable. Si estas dos premisas no se cumplen, se marchan en busca de mercados estables.

Y las posverdades no se quedaron aquí. De independizarse y, como se continuaría siendo miembro de la Unión Europea, Cataluña seguiría en el euro, la ONU reconocería el derecho de autodeterminación del cual hacían gala y crecería el empleo al llegar cientos de empresas. Un país utópico que una parte de la población catalana se creyó. Un mundo fantástico al más puro estilo de Tomas Moro o Huxley. En un mundo global, donde todo está inventado y se conoce la evolución económica de los mercados, parece imposible que alguien se lo pudiera creer. Pues se lo creyeron porque tocaron la emotividad y moldearon a la opinión pública. Como veremos, a través de los medios de comunicación, hicieron un lavado de cerebro a la población, insertando en sus mentes esa posverdad. La distorsión de la realidad fue moldeada para hacerla verdad. Y es que la gente responde positiva a cualquier mentira siempre que sea emotiva.

Finalmente dieron un paso más allá del folklorismo. Utilizaron la misma dialéctica que el nacismo. Si ellos creyeron que existía una raza superior, la aria, los dirigentes catalanes hablaron de genética. El líder del ERC Oriol Junqueras suscribió que un catalán está más cerca genéticamente de un francés o un italiano que de un español. Esta teoría ya la utilizaron entre los años 1936 a 1939 los líderes catalanes al considerar que existía una raza catalana pura. Para protegerla aprobaron una ley de eugenesia. Seamos realistas, la mayoría de los independentistas tiene sus raíces familiares en Andalucía, Extremadura, Castilla, Galicia o Aragón. Son más españoles que italianos o franceses. No existe genéticamente una raza pura. Quizás la de alguna tribu del Amazonas, pero poco más. Sentirse superior, a parte de una disfunción cerebral, es síntoma de debilidad. Hay que crear una necesidad superior para demostrar a todo el mundo que tus argumentos son reales, pues la superioridad es el punto de inflexión estipulado por todos aquellos movimientos políticos vinculados con los nacionalismos o fascismos. Y es que la posverdad catalana tiene como filosofía estos dos movimientos ideológicos.

Y como que son seres superiores, pueden hacer lo que quieran. Por eso los días 6 y 7 de septiembre de 2017 anularon todas las leyes vigentes en Cataluña -Constitución y Estatuto de Autonomía- y pusieron en marcha una revolución que oficialmente duró 8 segundos. Todos los implicados fueron a la cárcel -menos los más cobardes que huyeron al extranjero como Puigdemont, Ponsatí, Rovira, Comín, Serret, Puig y Gabriel- y han sido juzgados. Y aquí entra de nuevo la superioridad de la raza catalana. España es un país donde no existe la democracia y todos los encarcelados eran “presos políticos”. También vendieron la idea que se les juzgaba por sus ideas políticas y que todo valía. Esta demostrado por la Unión Europea que España es un país democrático. Y como en cualquier democracia no existen “presos políticos” sino “políticos presos”. Tampoco se les ha juzgado por sus ideas. De ser así, todos estaríamos en la cárcel. Se les ha juzgado y se les condenará por haberse saltado la ley. También todo esto se lo han creído, porque a parte del folklore, se sirvieron de la prensa. Aquellos hombres encarcelados tenían familia y España -que es muy mala- los había separado de sus seres queridos. Por eso los lazos amarillos y la petición de libertad para esas pobres almas inocentes. El estado se tenía que saltar la ley para que “esas pobres víctimas martirizadas” recobraran la libertad y el amor de sus familias. Como que España es -y uno no se cansa de repetirlo después de haber vivido una dictadura- un país democrático, nada de todo esto ocurrió y serán condenados por delitos de rebelión y sedición. Saltarse la ley tiene sus consecuencias y los tribunales lo demostrarán.