César Alcalá

La última parte de estas cosas del verano estarían dedicadas a los fallos llevados a cabo por los constitucionalistas. Y así lo haremos. No fue un fallo la aplicación del artículo 155. El estado tenía que poner los puntos sobre las íes sobre que España era una estructura indivisible y que ninguna comunidad autónoma podía hacer lo que le viniera en gana. Tampoco fue un error el discurso de S.M. Felipe VI el 3 de octubre de 2017. Al contrario, fue un golpe de efecto que ayudó a muchos catalanes no independentistas que había sufrido los envites de los independentistas durante días, semanas y meses.

El fallo del constitucionalismo fue ponerse terco -por decirlo finamente- con el tema del referéndum del 1 de octubre. Hubo dos grandes fallos estratégicos. El primero entrar en el juego de los independentistas. Ellos tenían planificado lo que pasaría. Es decir, estaban preparados para las cargas policiales y para divulgar esas imágenes por las redes sociales. El gobierno cayó en una trampa perfectamente planeada. En segundo lugar, si se había dicho hasta la saciedad que el referéndum no era legal, haber dejado votar a la gente. Con el movimiento contrario lo que consiguieron es que cientos de personas, que nunca hubieran ido a votar, lo hicieran. Y es lógico, siempre atrae a la gente lo prohibido.

Era mejor dejarlos votar y decir al día siguiente que el gobierno no validaba los resultados por su ilegalidad. No hubiera habido policía y la jornada se hubiera desarrollado con una normalidad. Es más, posiblemente a media mañana se hubiera terminado. El problema es que los esperaban y picaron. Ese día consiguieron que muchas personas, no independentistas, se convirtieran. El motivo: compraron el mensaje preparado a consciencia y que le ganó la partida al oficial. Ese día se produjo una gran fractura en la sociedad catalana por un fallo táctico.

Luego podríamos hablar de si se falló enrocándose o no Rajoy. Al final el tiempo ha demostrado que ni PP ni PSOE están dispuestos nunca a acceder a los designios de los independentistas. Hablar y llegar a acuerdos, sí. Conceder un referéndum contrario a la constitución, no. Y es que la base de la gran mentira es esta. Es ilegal realizar un referéndum de estas características en España. No lo recoge la constitución. Como se ha dicho por activa y por pasiva, el movimiento independentista tendría que haber pedido ese cambio y, de aprobarse, llevarse a cabo. Pero han comenzado la casa por el tejado. Han mentido a los suyos diciendo que era legal. Y, así vamos.

Quería hablar de los fallos de los constitucionalistas, pero considero que el más grave sucedió el 1 de octubre. Y escribiendo estás líneas aparece en las redes un artículo de Jordi Pujol en la web de su fundación llamada Associació Serviol. En él Pujol deja de lado la independencia. Se puede decir que el gran instigador del llamado Programa 2000 da marcha atrás. Lo puede parecer, pero no es cierto. Es verdad que él nunca hubiera dado el paso que dio Artur Mas, pero éste era el delfín del primero. No lo dio directamente, pero sí indirectamente. Es curioso que el “honorable” inicie el curso político -a las puertas de una sentencia y del 11S- con un breve escrito posicional. Es decir, de principios.

Y es que, a pesar de todo lo que ha salido en la prensa relacionado con el clan, cuando el “honorable” habla no deja a nadie indiferente. Y en el escrito Pujol toca los tres puntos que a su entender deben incluirse en la hoja de ruta de la Cataluña actual. Es curioso. Pujol sale de las tinieblas, mientras su partido ha desaparecido, los que han aparecido luego están con la línea de flotación bastante tocada y, al frente de la entidad que tanto amó -la Generalitat- un personaje digno de ser estudiado. Y ahí lo dejo.

Pues bien, en su escrito Pujol pide “poder político y competencial real, una financiación justa y suficiente además del reconocimiento de la identidad propia”. ¿Hemos vivido un calvario desde 2017 para seguir reclamando lo mismo que CiU lleva reclamando desde la década de los ochenta del siglo pasado? La verdad es que me siguen sorprendiendo. Cosas vedere, amigo Sancho.