Sé que este artículo no va gustar a los republicanos ni a los franquistas, esta especie en vías de extinción por la vía natural. Sé que no les gustará porque comparto la perspectiva de Arturo Pérez-Reverte de que para analizar la guerra civil no se puede ser equidistante sino ecuánime: dejar la pasión o las creencias heredadas.

Ninguno de los bandos tenía la razón, pero uno tenía más razones que el otro. Azaña más que Franco. Niceto Alcalá Zamora más que Largo Caballero.

Lo escribe el que fue un joven antifranquista que en 1975 corrió delante de los grises en plaza Catalunya de BCN, y un año después, un domingo al mediodía, perseguido en los porches altos de la calle Major de Lleida con José Romero, un amigo de mi primera juventud que me lee en este club guasap, por una escuadra de Fuerza Nueva cabreada por haber lanzado, en el vestíbulo en el Teatro Principal lleno con dos mil personas, unas octavillas impresas en vietnamita en el acto de presentación de Blas Piñar

Existe una novela histórica, la última de Javier Cercas, ‘El príncipe destronado’ que cuenta la historia de un tío abuelo, toda la vida añorado por su madre: un falangista romántico que luchó por Revolución que siempre quedó pendiente muerto en la batalla del Ebro. Ese falangista no seguía Franco sino a José Antonio.

La cantante manchega Rozalén en su último trabajo canta la canción de ‘Justo’, también tío abuelo de la quinta del biberón que fue a la guerra en 1938 y que fue el único que no volvió. ¡Me lo habéis matado! Gritó desgarrada la madre, encarnada en la cantante, porque una bala le atravesó el corazón.

‘Justo’ era un pastor que murió con dieciocho años antes de conocer el amor.

Ambas historias reales de dos jóvenes que encontraron la muerte en un octubre del 38 aterrador de ‘El duelo de Garrotazos’ que el siglo anterior había pintado en la Quinta del Sordo Francisco de Goya, que parece la maldición de la España tan madrastra y siempre tan dolida que nos hiela el corazón.

Viene este quejido a cuenta de la voluntad de Pedro por satisfacer la pasión de Pablo para exhumar los restos de Franco y José Antonio para reconvertir el Valle de los Caídos en una especie de Museo permanente de Memoria Histórica que no tendrá vida.

Ni a zapatotes se le había pasado por la imaginación lo de Sánchez, que es el sueño húmedo de Iglesias.

Roberto Giménez