La primavera árabe ha sido el invierno del mundo…

Estábamos mejor con los hideputas de Gadafi. Sadam, los Hermanos árabes de Egipto y los Talibán de Afganistán, que sin ellos. Eran nuestros hijos de puta, y los hemos perdido.

Los anarquistas no tenían razón. Una cosa es la teoría angelical de una sociedad libre y solidaria sin Estado, y otra el vacío real de no tenerlo.

El siglo XXI no empezó el uno de enero de 2001, sino el 11 de septiembre y el búfalo de las grandes praderas de la América de Búfalo Bill, Toro Sentado y el general Custer del 7º de Caballería, se convirtió en el Bush jabalí herido de Occidente que entró enrabietado en un tienda de Limonge envistiendo contra todo y contra todos sin un seguro de vida que proteja ni al apuntador, encarnados en los muertos de hace casi un año en las Ramblas y Cambrils.  Por poner el ejemplo más cercano…

Bush era un genio comparado con el payaso de Donald Trump.

Los actuales Estados Unidos están en la cabeza del mundo como la Bolsa de Wall Street de octubre del 29, que diez años después de desencadenó el Holocausto de la II Guerra Mundial.

El desastre actual del mundo viene por la mismo mano negra de las barras y las cincuenta dos estrellas de la costa este del Atlántico Norte encarnado en los cientos de miles africanos, sirios y afganos que están ahogándose en el Mar Muerto del Mediterráneo que está rompiendo las costuras mentales de una Europa asustada que ha despertado los viejos demonios familiares del pasado del peor nacionalismo que existe: el racista.

Lo estamos viendo en Italia, Francia, Austria, Hungría, Polonia y los miles de subsaharianos que entran por la puerta sur de España buscando un imposible, y que va a romper todas las costuras de Europa.

Culpar al presidente de gobierno Pedro Sánchez, y al bien intencionado e ingenuo juez Fernando Grande Marlaska, por las concertinas, de lo que está pasando en el poroso flanco sur de la península es como culpar a gobierno griego por los muertos de los incendios provocados por una mano negra cerca de Atenas.

La política no debería caer al nivel de la demagogia  más abyecta que hoy rompe el abrasivo hielo de Europa.

La rabia que tengo es porque no veo la solución al daño que ha hecho el jabalí herido al mundo.

Roberto Giménez