No soy masoquista, pero no escribo pensando en quienes piensan como yo. Por eso se dan cuenta que cuando escribo no empleo el estilo emotivo sino el estrictamente racional. No busco la poesía, pese a que me encanta.
De chico antes de prosa escribía sonetos. De esa costumbre me ha quedado el cultivo de palabras evocadoras. Amo las palabras. Juego con ellas. Escribir es jugar al Solitario. Sólo me gusta la soledad cuando me siento acompañado, aunque cuando escribo necesito oír el silencio de una melodía de compañía.
Al escribir disfrazo el sentimiento con mi mejor traje del razonamiento para ir a la cabeza, no al corazón, porque busco un imposible: dar argumentos racionales como que sumar es mejor que restar. Nunca ha sido matemático pero mi ambición es escribir una bella frase matemática que se mantenga firme ante el vendaval de la política. Argumentos frente a emociones.
Hace seis meses unos indepes me decían que Urdangarín no iría a la prisión y hace dos semanas aún me decían que no estaba en prisión sino escondido en Ginebra, que no les rompieran las cuerdas de su guitarra. Que toda la información era un montaje de los medios para negar la evidencia que la Justicia es injusta porque no castiga a un chorizo y, por el contrario, tiene en prisión a políticos inocentes que no han cometido delitos. Que la auténtica democracia no es cumplir la Ley sino obedecer la voluntad de los que les han votado.
Esta peregrina idea, aparentemente correcta, es la que machacan TV3 los medios apaniaguados (subvencionados) todos los días cuando hablan de política nacionalista y ya se sabe que, como dicen los pensadores, la gente sólo se cree lo que le interesa creer, y es refractaria a lo que no, por eso es imposible convencer a un convencido.
Soy consciente de esa realidad pero, sin ser masoquista, hago el trabajo de bajar todos los días a picar la mina gruta de Potosí para sacar la plata que un esconde. Soy un minero político que no me rendiré mientras tenga un soplo de vida.
Sé que la batalla la tengo perdida porque son radioaficionados y teleobedientes que sólo atienden los latidos de su corazón; pero tengo el instinto de no contentarme con lo fácil, como dice el Evangelio de San Lucas: “hay más felicidad en el cielo por un pecador que se convierta que por noventa y nueve que no necesitan convertirse”
Sólo busco a uno de esos pecadores políticos, pero aún no lo he encontrado…Tengo la esperanza que la terquedad me de un premio, sólo busco uno. En eso dedico mi trabajo diario: a picar en la mina de Potosí.
Roberto Giménez