Hace unos meses mi admirado escritor Javier Cercas escribió en El País una provocativa columna titulada ‘¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!’ Que no se refería a la propuesta de Pedro Sánchez de exhumar sus huesos del Valle de los Caídos, porque ni él se habría imaginado ni en sueños que fuera presidente del gobierno, que se mantendrá en el trapecio dos años más sin red, haya trombas o tornados. El poder es tan adictivo como la heroína, te pega con pegamento de tanque.

Nunca he sido franquista. De niño como en la escuela decían que había salvado a España del comunismo, Rusia era el mal, entendía que el Jefe del Estado, el Caudillo, no es que fuera malo sino que estaba rodeado de mala gente, porque España era pobre y el que gobierna debía de ser el responsable de esa pobreza de un país en vías de desarrollo, como se decía.

Pero los padres de mi generación no parecían adictos a su Régimen. ¿Qué no había libertad? Un niño siempre está libre, fuera del colegio. ¡Yo era el gato más callejero de mi calle!

Vamos, que nunca he sido franquista, pero el 20 de noviembre de 1975 buena parte de los padres de mi generación lloraron porque había muerto el abuelo político de España. No había que ser franquista para llorar porque en mi calle no recuerdo si los había. Pero cuando Lérida no era Lleida, aquella ciudad, hoy bella y cara nueva, era sociológicamente franquista.

Algunos, pocos, brindaron con champán (antes no se llamaba cava), pero la mayoría de los adultos zozobraban por el temor a un incierto futuro. Yo había cumplido 18 años no temía el futuro. La esperanza es eternamente joven.

Quienes hoy dicen que el 20-N en Catalunya salió el sol mienten, si lo vivieron, y si no les han contado una mentira. Ya no viene de una: la política es la mayor fábrica de mentiras que existe.

No sé cómo acabará la historia del desentierro de sus huesos. Si Franco lo viera aplaudiría porque a su mujer le dijo que no queria estar en Cuelgamuros sino con ella en un panteón del cementerio de El Pardo. Claro que Carmen, la Collares de perlas majorica que temblaban los joyeros de la Gran Vía cuando la veían, era helada como un Polo, y desobedeció la voluntad de su marido, el Generalísimo.

Hablando en plata: no me gusta que desentierren sus huesos porque no entiendo que se haga para cerrar heridas. Al contrario, las abren para los descendientes sentimentales de la vieja sociología. Incluso Alfonso Guerra ha dicho que no entiende estas ganas de abrir viejas heridas cicatrizas.

En Moscu a nadie se le ocurre sacar la momia de Lenin de la Plaza Roja por más que la URSS desapareció en 1991. La momia del fundador del comunismo es un reclamo turístico. Ni eso es Franco en Cuelgamuros porque solo lo visitan los nostálgicos. No se olvide estamos hablando de un templo católico no una exposición permanente de la Memoria Histórica.

Otro muerto itinerante será José Antonio: tres años en Alicante, veinte en el Escorial, sesenta en el Valle, ¿y ahora dónde?

Ni los socialistas ni mucho menos los de Podemos irán a una misa en este Valle de Lágrimas. A Sánchez le gusta hablar para la galería.

Roberto Giménez