Juan Ramón Jiménez popularizó el concepto de ‘minoría absoluta’, pero minoría al fin. Sé que este escrito sólo gustará a un minoría, para mi, selecta.

Voy a hablar de un tema tabú en Catalunya. No me importa. Nunca me ha importado decir lo que pienso. Me gusta más que decir lo que siento, porque lo que pienso sale de la cabeza. Lo que siento brota del corazón.

El porqué el portavoz del gobierno ha dicho que se pretende que los padres de los alumnos catalanes decidan, en nombre de la libertad, la lengua en la educación, no me gusta. Igual que tampoco la inmersión ni en castellano. Por eso he dicho que este escrito sólo gustará a una minoría, para mi selecta.

La pasada semana mi hijo explicaba que a su Instituto llegó una joven sevillana de catorce años, que ceceaba guapa y salerosa, como buena hija de su tierra, y la Jefa de Estudios le dijo que lo más importante que tenía que hacer era salir con el nivel de catalán C exigido para los funcionarios de la Generalitat. La chica calló…

No digo lo que pensó mi hijo, sino lo que pensé: hace cincuenta y cuatro años, cuando empecé Primaria, mi maestro de la Catedral de Lleida/Lérida, el señor Albero, decía que la asignatura más importante que había era la resolución de los problemas porque eso afilaba el entendimiento. Mi maestro era un carlista navarro de 28 años. Por la tarde, era el secretario del gobernador civil.

No sé cual será la letra pequeña que pretende el gobierno, porque la última sentencia de los tribunales fue que había que dar un 25% en castellano, pero como todas les sentencias judiciales sobre la lengua, la Generalitat se la pasa por la entrepierna.

No creo que los padres deban elegir la lengua de sus hijos porque en Catalunya para coger el ascensor social, salvo contadas excepciones, se tiene que ser bilingüe. Por eso la familias que tienen como lengua materna el castellano aceptan la inmersión lingüística, porque quieren que sus hijos cojan el ascensor. La mayoría son hijos de la inmigración nacional.

En Catalunya el nacionalismo se incuba en tres espacios distintos: el primero es el entorno familiar. No es mayoría, pero es el más profundo porque cuando uno mama esa leche es como la sangre, se muere con el Rh heredado. El otro es TV3, mucho menos influyente. El tercero es el fundamental porque todos los niños pasan por la escuela.

El entorno familiar escapa al gobierno del Estado. Dos son los campos que puede actuar la política: TV3 y la escuela.

Yo no tocaría TV3, a menos que en futuras elecciones ganaran los constitucionalistas.

TV3 hace lo mismo, pero al revés, que los canales nacionales. Es más, la suma de todos esos canales, en radio está más equilibrado, ganan por goleada los constitucionalistas.

Estoy en contra de la segregación por aulas. En la añorada República aún era peor: había colegios del Estado, en castellano, los de la Generalitat, en catalán, y los de la Iglesia. Existía la libertad de cátedra del profesorado. Lo que más importaba era la moralidad.

Los que defienden la inmersión dicen que el sistema es un éxito. Hacen trampa. Juegan con las cartas marcadas porque en los exámenes de catalán son mucho más exigentes que en castellano, por eso repiten la sandez de que un niño catalán saca una nota igual o superior a un aragonés. Tienen una jeta que se la pisan.

La suerte del castellano es que se aprende más fácilmente porque se habla como se escribe, y las vocales suenan igual, por eso cuela la mentira. Cínicamente, dicen que los niños catalanes hablan el castellano igual que los de Castilla.

Pero para que puedan escribir correctamente el catalán tienen que practicar mucho más (probablemente un 75%); porque, como el vasco y el gallego, tiene igual derecho a ser aprendido como el castellano.

Por eso he empezado escribiendo que este artículo será aceptado no sé si por una inmensa mayoría pero, para mi, selecta…

Roberto Giménez