En la noche del miércoles al jueves un escamot fascista de las Juventudes de ARRAN, las JNC de la CUP, acudieron enmascaradas como las batasunas (creo que dos o las tres eran hembras), para dejar hecha unas zorras los cristales blindados de la puerta de la revista digital nativa más seguida en Catalunya: CRONICA GLOBAL en la calle Casp de BCN a dos pasos de la cueva de facinerosos de los antisistemas estelados.

Es la cuarta vez que lo hacen desde final de verano.

Es el denominado terrorismo de baja intensidad de los abertzales con barretina. Como desde 2015 un servidor colabora con un ‘Pensamiento’, todos los miércoles, he pasado a ser un enemigo de Catalunya. Un fascista. Porque ese fue el insulto pintado en la cristalera antes de usar el pico de los martillos. La marca quedó grabada en la cristalera como los pistoleros del sindicato libre en la Barcelona de años 20.

Para esta basura, todos los catalanes que no comulgamos con sus ruedas de molinos somos fascistas. Ellos solos se retratan y, de paso, retratan a los partidos que les han dado tanto protagonismo.

Ni en Euskadi el PNV quiso juntarse con HB, pese a que ETA nació en los años 60 al amparo de las sacristías y bajo las casullas de la iglesia vasca. Una de las pocas ventajas de la edad es que nos queda la memoria…

Tengo vieja experiencia personal con estos separatas locales (de Granollers). Hace diez años a las nueve de la mañana me encontré debajo de la puerta de Revista del Vallés una carta con el membrete de ARRAN advirtiendo que no se hacían responsables que un mal día me dieran el jarabe de palo que merecía.

Dos veces mi despacho de director apareció con la misma huella de bala (los cristales también estaban blindados), pero sin firma, los lunes tras haber publicado una noticia que molestaba a los estelados.

La cosa no es nueva. El terrorismo de baja intensidad viene de lejos: el 8 de febrero de 1993, hará veinticinco años, nació mi hijo en la Policlínica, de allí esta vieja nostalgia de la Clínica desaparecida.

Al día siguiente, al volver a casa, me encontré en el buzón de casa dibujado en un folio esta secuencia que explique a mis hijos cuando ya podían entenderlo: aparecía un encapuchado lanzando un coctel Molotov que encendía en llamas el comedor.

El dibujante, era bueno, sabía dónde vivía y como era mi familia. Mi hija tenía cinco años y el bebé, un día. El desconocido enemigo estaba al día de mis circunstancias personales.

No quiero pensar que fuera un vecino, porque de veinte familias que vivimos dos exhiben sus esteladas desde hace cinco años.

Cuando el tiempo las malmete, las renuevan.

La amenaza estaba firmada por Terra Llure  y decía la venjança és un plat que se serveix fred. Entenderán que No me haga con esta gentuza.

Roberto Giménez