César Alcalá

La cultura judía y la que se fraguó en el norte de Europa -con sus largas noches de invierno y la influencia askenazi- tejieron una serie de tradiciones y mitologías que, en la vertiente mediterránea, fueron armonizadas por los griegos. Los seres mitológicos son una base estructural de muchas culturas. De no haber existido en su momento el poema épico Nibelungenlied no hubiera compuesto Richard Wagner la tetralogía Der Ring des Nibelungen. Aquellas culturas que no heredaron esta mitología -como es el caso de Cataluña- la tuvieron que inventar. Y los hombres de la Renaixença se hartaron de crear personajes míticos y simbólicos para dar consistencia a algo que nunca había ni pasado ni existido. Y así crearon una tradición ficticia con unos personajes que nunca formaron parte del devenir diario de la gente. Estos hombres de la Reinaixença se ocuparon de poner en valor a Otger Cataló, Sant Jordi, Comte Arnau, o Guifré el Pilós, entre otros.

Por lo que se refiere a la mitología judía tenemos al judío errante. La leyenda cuenta que Jesucristo le pidió a un judío agua mientras subía al Gólgota. Este judío se hacía llamar Ahasverus, o la tradición le ha puesto este nombre. Lo cierto es que se negó a darle el agua. En aquel momento Jesucristo lo condenó a errar por el mundo hasta la Parusía.

En la tradición del norte de Europa hay la tradición del holandés errante. Se le conocía como Willem van der Decker. A diferencia de Ahasverus, éste hizo un pacto con el diablo para siempre tener buena mar en sus viajes. Dios se enteró del pacto del holandés y lo condenó a navegar eternamente sin rumbo y sin tocar tierra.

En su momento -dentro del montaje catalanista ideado en el siglo XIX- se creó una utopía poco fabulosa. Y es que los grandes mitos de la humanidad o son griegos o pertenecen a los cantares de la Edad Media. Si ya en su momento cojeó un poco la creatividad de los hombres de la Renaixença, sus herederos no son mucho mejores. Se puede afirmar que son funestos. Y es que la marcha de Puigdemont a Bélgica hubiera podido convertirse en un mester de juglaría épico y romántico. Porque, claro, el discurso del procés no deja de ser esto. Ahora épico, ahora romántico, ahora lírico, ahora nada.

El problema es que el guion patinaba por todas partes. Ni era una huida al exilio, ni España había dejado de ser demócrata, ni eran perseguidos por sus ideas u opiniones, ni era una persecución, ni se les iba a torturar, ni nada de todo esto. La realidad era mucho más simple y triste: tenían miedo de ir a la cárcel. Lo decoraron diciendo que se mantenía la Generalitat exiliada en Bélgica. Una falacia más que sigue funcionando y nadie la ha desmentido. En ningún momento podía elevar el mismo pendón que, en su tiempo, hondeó Tarradellas. Ni por asombro y compararlo es insultar la Institución que honrosamente defendió Tarradellas en el exilio.

Los amigos del procés le compraron -o hicieron ver que lo hacían- esta historia. La realidad es que para ERC y PDeCat es más una lacra que un beneficio. Ni presidente en el exilio ni nada de todo esto. El problema era: ¿cómo desactivarlo? Y la solución vino gracias al juez Pablo Llarena al revocar las órdenes europeas de entrega de Puigdemont, Antoni Comín, Clara Ponsatí, Lluís Puig y Meritxel Serret.

Esto fue una jugada maestra por parte del Tribunal Supremo. A partir de ahora Puigdemont y sus acólitos son personajes libres. Pueden circular libremente por toda Europa. No tiene que enviar un correo diario a la policía belga. No han de hacer nada. Sólo vivir y plantearse el futuro. Y esta es la clave. Estos cinco personajes, de momento, son mantenidos por sus partidos o por personas fieles a aquello que defendían. Pero el tiempo pone las cosas en su sitio y hace que el olvido sea proporcional al tiempo pasado. Dicho de otra manera, la entropía se ha apoderado de ellos y tienen fecha de caducidad.

La única salida para que esto no ocurriera es ser elegidos como parlamentarios. Con lo cual han de volver a España. Y, en ese momento, jurar su cargo e ir a la cárcel. Si quieren sobrevivir han de regresar y acatar su futuro penal, personal y profesional.

Parece ser que Puigdemont no tiene intención de hacerlo. Que renunciará a su vida política y se buscará la vida fuera de España. De ser cierto esto está mintiendo a su electorado. Primero porque no piensa ser presidente de la Generalitat y, en segundo lugar, porque no piensa regresar. El PDeCat está de los nervios ante esta situación kafkiana. Y así las cosas, señoras y señores, la justicia española ha creado un nuevo personaje mitológico: el independentista errante. El cual ha sido castigado a errar por el mundo hasta el fin de los tiempos porque, de volver, la justicia lo estará esperando. Lo mejor para todos es que siga siendo errante.

César Alcalá