No quiero faltar el respeto a nadie, pero tampoco voy a dejar de decir lo que pienso. Sólo los ciegos no ven. En este tirarse al precipicio de la banda de juegos de artificio reunidos, made in Puigdemont, hoy con sede provisional en Bruselas.

Se ha bajado el telón tras la huida del President, como lo sigue llamando la Nostra, y el que sea mínimamente crítico en el mundo estelado se habrá llevado no sólo una decepción, sino la sensación de que han jugado con sus sentimientos.

El sábado 28-O, doce horas después de haberse proclamado el coito interruptus de la DUI. No recuerdo su nombre, da igual; todos son una copia de las Anna o Eulalia; y los Baños o David. Un portavoz de la CUP dijo que la independencia era imposible no sólo porque no tenía reconocimiento internacional, sino porque la nueva Agencia Tributaria catalana no estaba lista. ¿Cómo se iba a pagar a los funcionarios? ¿Quién iba a pagar el paro a los desempleados? Contando que a los pensionistas van a continuar pagando el Estado.

Al día siguiente se conoció, por un pinchazo del CNI al número dos de la conselleria de Economía con otro alto cargo que preside el vicepresidente del Govern, Oriol Junqueras; que la independencia era técnicamente inviable porque la Administración del Nou Estat está en mantillas, ya que aún no podría recaudar los impuestos. Vamos, que el órdago al Estado eran Juegos Florales.

Entiendo que el Sindicat d’Estudiants fuera el jueves 26 de octubre a la plaza de Sant Jaume para llamar a Puigdemont ‘botifler’ porque con dieciocho años un adolescente vive en la utopía de Platón. Opino como Josep Pla que a esa edad el corazón es noble, pero ciego.

Pero no entiendo que los ciegos sean unos hombres y mujeres, por edad, hechos y derechos. Porque la Cup, ERC y algunos parlamentarios del entonces President se amotinaron ante la amenaza  de que el hijo del pastelero de Amer se aviniera a los prudentes consejos del Lendakari Iñaki Urkullu, y se lanzó al insondable precipicio sabiendo que no había red: eso es un suicidio político.

Lo sabían. Todos son culpables de silencio de este suicido político. No me refiero sólo a Puigdemont y su Govern, sino a los setenta parlamentaris que votaron romper España. Es un suicidio colectivo. El 27-O pasará a la Historia catalana como un día de vergüenza colectiva.

Nadie quería ser acusado de traidor a la causa de la liberación nacional. Un auténtico juego de idiotas que ha dejado maltrecha la imagen conseguida por varias generaciones de seny, laboriosidad, mesura y desarrollo.

Los catalanes éramos una referencia para el resto de españoles. El espejo de seriedad nos lo han roto unos niños, ni siquiera adolescentes, que soñaban alcanzar un sueño imposible. ¿Qué niño no ha soñado correr ante un peligro, y estar parado?

Aunque sólo sea por eso, que no es sólo eso, los que han provocado este desgarro social merecen estar a la sombra una breve temporada en Quatre Camins, cerca de casa, y que luego les amnistíen por una gracia del Estado firmada por el rey.  No quiero la prisión que merecen por estafadores de ilusiones. Les haría mártires. A prisión aún no, pero yo no soy la juez.

Roberto Giménez