El jueves negro por la tarde antes de saber lo que acontecía en las Ramblas tenía cita en la peluquería. Como me habían dicho que debía esperar media hora llevé El Maestro del Prado, de Javier Sierra.

Un libro que te hace ver la pintura con otra mirada.

Sin embargo, al llegar a la pelu a las 17,15  recibo un guasap de un amigo de mi cuadrilla CAFÉ. Estaba en las Ramblas y me dice que hay un caos general. Una furgoneta blanca ha hecho lo que en Australia saben… El Maestro del Prado se queda en mi regazo porque no dejo de recibir guasaps en cadena desde las Ramblas, quedó atónico.

El último viernes de junio, en la última cena de CAFÉ, precisamente mi interlocutor nos había dicho que el CNI temía que durante este verano un atentado por atropello se podría producir en el centro de BCN.

En mi Libreta del lunes no dije nada porque sólo era una hipótesis.

En mi Crónica de ese día hablé de certezas. Pero se cumplió la hipótesis. Me lo confirmó el mismo amigo de la cuadrilla. Siempre me he tomado en serio todo lo que dice. Creí lo que nos dijo, pero cincuenta días después lo había olvidado.

En esa tarde de jueves de luto el teléfono no sonó en trece familias que pasaron la noche de vela esperando una llamada que nunca llegó.

***

A la mañana siguiente recordé una llamada que llegó el día de Reyes de 1992 a casa de unos abuelos de La Garriga que esperaban la visita de su hija, el yerno y sus dos hijos que nunca llegaron a destino. Venían de BCN iban a dar y recoger los regalos de Reyes, y a comer. No hubo comida. La llamada era que tenían que ir al Hospital de Granollers.

Al día siguiente la parroquia de Sant Esteve de La Garriga se llenó con cuatro cajas de roble, dos pequeñas pintadas en blanco… La diferencia es que el teléfono no sonó en esa noche de vela. Pero sonó la última hora, la que mata.

A todos, a los diecisiete, les mató dos furgonetas blancas. La de enero de 92 fue accidental, la de agosto de 2017, criminal. A raíz de esta muerte de esa familia en el día de Reyes del año olímpico. Revista del Vallés inició una campaña para pedir que pusiera en la Autovía de L’Ametlla barreras de hormigón en la medianera.

Cada mes había un muerto en la Autovía del Marqués de Castellflorite porque fue el marqués, a la sazón presidente de la Diputación de BCN, quien ordenó construirla a la Institución para poder llegar rápidamente a su segunda residencia en L’Ametlla. Fue en los años 60. Por eso la gente la llama la Autovía del Marqués, o de L’Ametlla.

La bauticé como la Autovía de la Muerte. Así aparecía tras cada muerto. Casualidad o no, unos meses después se construyó la medianera, y se acabó con esa mortalidad que, metafóricamente, hacía planear a los buitres…

Roberto Giménez

Pd: Empecé este escrito con una idea pero los dedos me han llevado a otra playa más difícil de solucionar porque al yihadismo no lo puede vencer una medianera hormigón: los musulmanes deben anular a sus hijos bastardos.