Esta semana de post Sant Jordi, Lluis Llach no ha querido ser menos que Santi Vidal y ha hecho de boca moll. Con una importante diferencia: a Vidal lo dejaron con arresto domiciliario en cuarentena mientras que al cantautor de L’Estaca la ha empalado a Junts pel Si por donde, lo diré fino, la espalda pierde su nombre, y nadie ha rechistado, ni una mueca ni un simple rictus sino con un convite con President en el comedor del Parlament.
Si fuera el juez Santi me sentiría ninguneado. Lo que demuestra el aguante que tienen la panda de la Rahola, la intelectual del planetarium separata. Han tenido que ponerla con mantequilla porque el mito de Lluis es muy Llach, y no sea que les desautorice cantar L’Estaca, auténtica banda sonora del Procés. No es plan perder al mítico Guifré el ex Pilos contemporáneo.
Ni Vidal ni Llach se inventaron nada, sino que se les disparó la lengua. Es lo que pasa cuando se ficha a independientes que no tienen la cultura de la disciplina de una organización política; estas cosas no les pasa a los Turull ni Rull, nacidos en la pedrera convergente de las Juventudes NC.
En un partido, sea cual sea, no se permiten los versos sueltos. Les ocurre a todos, a los nuevos y a los viejos; que se lo digan al defenestrado Iñigo, los leninistas han sido más expeditivos con Errejón en las tertulias de Hora 25 de la inmortal Àngels Barceló; y Ciudadanos porque la sonrisa de Albert esconde el narcisismo mal disimulado de Rivera. Los partidos de aluvión son peligrosos, arrastran piedras de canto, romas o afiladas.
Si Vidal puso los pelos como escarpas al bergantín de la tripulación pirata, el de L’Estaca se la ha clavado a cientos de miles de funcionarios que se han quedado con el culo sin saber el morlaco que les empitonará sí o sí, con esta expresión de moda de Carles Puigdemont, el hijo del pastelero de Amer.
Hasta ahora se decía que no existe trabajo más seguro que el de funcionario, pero en esta surrealista Cataluña inflamada de retórica patriótica también is Different. Cataluña es más Daliniana que nunca. Desde hace cinco años los relojes duermen dando la misma hora y hasta parece posible un imposible: hacer tortilla sin romper la cascara. La banda de Puigdemont parece el David Copperfield de la política, no tanto por lo que dice sino por lo que calla.
Mientras esto pasa, Jordi Pujol junior está penando su atrevimiento en el destierro de la prisión de Soto del Real a seiscientos kilómetros de su nido en General Mitre. El juez del caso es un pelele en manos del gobierno enemigo que no se deja que el Llach le meta la estaca por el culo…
¿Qué este artículo me ha salido mordaz y vitriólico? No puede ser de otra manera viendo el nivel de la política separata. El aviso que a los funcionarios de la Generalitat que no quieran desobedecer a la Cosa Nostra no le saldrá gratis. No es una cantada.
Hecho en falta a Quevedo cuando escribió Gracias y desgracias del ojo del culo. No se la habría dedicado a ‘Doña Juana mucho montón de carne’ como en la obra original, sino a la banda de Junts per Si.
Quinientos años después este país de chorizos, picaros y evasores no tiene arreglo.
Roberto Giménez