Roberto Giménez

La pasada semana al recibir la revista mensual de la Mutua de Granollers supe que había muerto Pedro Viaplana Riera el fundador y primer director, hasta su jubilación, de la entonces Mutua Nuestra Señora del Carmen. Desde 2011 vivía retirado en su amado Cadaqués, lejos del bullicio de su Granollers natal.

Mi relación con Peret, como le llamaban sus amigos de infancia (en los felices y parisinos años veinte). Nació en 1920, y fueron años felices en el París de la cultura de ese tiempo, no en el Granollers agrícola de cuando la capital del Vallés era un poblacho rural de apenas diez mil almas.

Mi intensa relación fue profesional. Era el presidente de Tarafa Editora de Publicaciones SL que editaba Revista del Vallés, y yo su director durante casi treinta años. Me fui seis meses antes de que la Revista desapareciera víctima de la crisis que ha llevado al Hospital de Paliativos a toda la prensa escrita en un invierno sin fin que empezó en 2008, y el mazo inmisericorde de Internet.

Políticamente no coincidía con él. Cuando en el año 2000 le sustituyó el nuevo presidente Carlos Font Ausió, al final de la entrevista de presentación que le hice para que los setenta y dos mil lectores conocieran la mentalidad del nuevo presidente, me dijo que no pensaba igual que Pedro Viaplana, y mi respuesta automática no fue la impostura de un sinvergüenza sino igual de sincera:

¡Toma, yo tampoco pienso igual que Viaplana! Él piensa como tu padre, forma de la generación anterior. No podemos pensar igual que ellos.

Ese es el secreto del cambio generacional: si un hijo piensa como el padre no es hijo sino tan viejo como un abuelo.

Pere Viaplana en una imagen de los años 90

Cuando cumplió ochenta años y voluntariamente cedió la presidencia Carles Font, el hijo del a notario Carlos Font Llopart, alcalde de Granollers en la década de los 50 y primeros 60, la Revista organizó una cena en la Fontana de Oro de Granollers, la Fonda Europa. Fue una cena íntima de la familia y de la Revista que le homenajeaba porque, además de presidente en los 90, en las décadas de los 40 y 50 fue el alma máter del Vallés, siendo director dos veces, columnista critico con los gobiernos municipales en los años del hambre y el racionamiento.

A la cena despedida vino expresamente su hija María Àngels desde Palma de Mallorca. No la conocía personalmente, porque hacía veinte años que vivía en la isla.

Los tres meses de verano los Viaplana se los repartían entre Cadaqués y Palma. A final de septiembre volvía con un bronceado caribeño que le rejuvenecía. De haber querido ser galán, lo habría sido. No eran ricos, pero sí afortunados. Me emocionó que María Àngels viniera directamente a saludarme dándome dos francos besos de hermana mientras me decía que su padre, cuando hablaba de mi, lo hacía como si fuera un hijo adoptivo…

Pedro tenía a Leonor como su mujer atenta, amable pero también exigente con el viejo caballero legionario. Pedro llevaba grabado en el antebrazo el escudo hecho durante la guerra. La del Ebro y otras mil batallas en tiempos de guerra y de paz en la rebotica de la política de Granollers, las conozco contadas en primera persona como si las hubiera visto.

Viaplana siempre me protegió y me dio algo tan importante para un periodista como es la carta blanca. No le importaba que me metiera con el sursuncorda si tenía razón, y cuando me equivocaba me disculpaba diciendo que cuando se pesca una trucha inevitablemente te mojas. No le importaba que la pieza pescada fuera un político, un empresario o cualquier correveidile de esta fauna humana: político, civil o religioso. Con su coraza tácita me sentía protegido, y por eso el Vallés tenía ese aire de libertad salvaje que desde hace cuatro años, diciembre de 2012, los lectores vallesanos echan en falta… Me acostumbré a esa libertad y los dos presidentes que le sucedieron no me la cercenaron porque el prestigio de la Revista crecía.

A la semana siguiente de esa entrañable cena familiar, Pedro Viaplana me trajo la esquela que la Revista debía publicar cuando muriera. Lo único que me pedía eran dos cosas: Caballero Legionario y Medalla de plata de Granollers. La Legión durante la guerra y Granollers en la paz fueron sus dos pasiones que quería para su esquela como dos eternos centinelas. Desgraciadamente, esa esquela nunca saldrá.

Han pasado dieciséis años. La muerte era una cosa que les pasa a los demás. Vio silbar muchas balas en la guerra y alguna también en la paz. La bala que no silba es la que le alcanzó el último 17 de octubre, precisamente el día de mi cumpleaños.

Antes pensaba que al azar dirige nuestras vidas, conforme me hago viejo (Viaplana tenía 37 años el día que nací), cada vez pienso más seriamente que no es el azar sino el destino escrito por una mano invisible en alguna estrella ignota donde está escrito el libro de la vida. Mi padre ‘coraza’ cayó el día que cumplí 59 años.

Hace cinco años un día en que reía la primavera nos dimos el último abrazo. Era una despedida, sólo que no lo sabíamos.

Roberto Giménez