Lucia Rodríguez

Muchas personas asumen que la ansiedad es “mala” ya que nos perturba y nos impide estar contentos y “nos pone entre las cuerdas”, provocando una sensación de miedo y de no estar centrado y satisfecho.

Lo primero que tenemos que comprender es que la ansiedad es una emoción natural, como puede ser la ira, la alegría, la sorpresa…forma parte del repertorio posible de emociones humanas y en este sentido no constituye ningún error del sistema. La ansiedad nos ha acompañado des del inicio de la evolución humana. Este es un ejemplo muy empleado a menudo, pero aún a riesgo de ser reiterativa comento: cuando a nuestros antepasados los perseguía un león, éstos debían huir para salvar la vida y lo que le permitía contar con todos los recursos fisiológicos necesarios para escapar (extra de fuerza, extra de velocidad, extra de rapidez) era la emoción de ansiedad –la interpretación de un suceso como peligroso- de este modo el organismo se activaba (echaba más carbón al tren para correr más) y conseguía superar ese peligro. Así pues, la ansiedad es adaptativa porque nos permite sobrevivir.

La ansiedad funciona en momentos determinados y únicamente para escapar de un suceso peligroso (luchar para salvar la vida o huir son las respuestas primitivas de la ansiedad). Funciona como una señal de alarma únicamente. Pero hoy en día, oímos hablar a menudo de la ansiedad como algo cotidiano y común, está muy presente. Como si en la tienda de al lado sonara la alarma cada dos por tres, pero siendo activada sólo por el viento.

¿Cuándo nos perdemos en este proceso? ¿cuándo la ansiedad pasa de ser nuestra servidora fiel que nos previene del peligro y nos salva del león a ser nosotros sus esclavos y depender de sus dictámenes?  Des del momento en que somos capaces de anticipar a largo plazo podemos utilizar esta capacidad de forma sana o patológica.

La ansiedad se vuelve patológica o disfuncional –siendo muy fieles al concepto de ansiedad como útil para la supervivencia, antes referido- cuando no se ajusta a la realidad, es decir, cuando no un suceso no supone un peligro real para nosotros.

Una de las formas ansiedad patológica es sentirse en peligro o rumiar sobre peligros posibles venideros. Se producen constantemente hipótesis sobre peligros futuros: fórmula del  “¿y si…?” característica de la ansiedad: ¿y si pierdo el tren? ¿y si llego tarde al cine? Esto es anti natural y patológico porque nos llegamos a creer estas hipótesis sin que hayan acontecido (hacemos un razonamiento emocional: si estoy sintiendo ansiedad al pensar en esto es porque estoy en peligro de verdad). En definitiva, es patológica porque reaccionamos como si fuera la realidad. En el cuerpo y el cerebro del ansioso no se distingue entre pensar en u problema y tenerlo.

No podemos controlar todo. Debemos aprender a confiar si queremos comenzar a vivir. Si uno se preocupa en exceso por los posibles leones que haya afuera no saldrá de su casa o bien saldrá muy preocupado/a por evitarlos. Lo paradójico es que cuanto más te alteras y preocupas para evitar al león más lo atraes y al final lo tienes al león 24 horas delante de tu casa.

Alternativa a la rumiación: centrarse en el presente. Aceptar que no tenemos el control de todo. Me ocupo únicamente de prevenir o solucionar lo más importante o urgente. El dolor es inevitable porque las circunstancias cambian.

No luches contra el pensamiento. Dite: “ok, aquí te encuentras. Voy a ver cómo eres, veo que no me haces ningún daño físico…tampoco estás tan mal, te dejo aquí si quieres estar”. De esta manera, aceptamos, damos la bienvenida a lo que antes rechazábamos y posiblemente no vuelva nunca más porque la hospitalidad amable lo neutraliza.

Así pues, para un buen manejo emocional lo aconsejable será aceptar los estados de ánimo negativos sin intentar “corregirlos” siempre y enseguida hacia lo positivo. ¿Por qué? Porque no son tóxicos. Los estados de ánimo negativos nos permiten reflexionar para solucionar algo en nuestra vida, asumir esa responsabilidad nos hace crecer. También nos dan la oportunidad de entrenarnos en aceptar todo lo que surge momento a momento en nuestra vida sin juzgarlo como negativo precipitadamente. Ya que te ha surgido, obsérvalo como si fueras un científico y fuera tu material de trabajo.

Lucía Rodríguez

Psicóloga

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