Muchas personas que acuden a consulta alcanzan la misma conclusión: no hacen aquello que les gustaba antes. Sea por motivos familiares, laborales, de vida… han ido perdiendo paulatinamente sus aficiones o actividades agradables que antes les complacían. ¿La madurez trae consigo de forma inapelable esta condición?
Por todos es sabido que la ansiedad y la depresión son las enfermedades del siglo XXI, y casualmente van acompañadas de una pérdida de actividades placenteras de la persona. En el caso de la depresión, la apatía o la falta de motivación es la que origina este malestar. La ansiedad, por otro lado, fomenta la censura de la diversión, el derecho a disfrutar: “¡no puedes permitirte disfrutar teniendo tanto por hacer y tareas que terminar!”; poco a poco vas dejando de cultivar tus relaciones sociales, tus actividades de disfrute…. Vas cediendo terreno a las obligaciones. Esta conducta está impulsada por esta creencia: no merezco disfrutar.
Así pues, una de las primeras medidas a llevar a cabo es evocar aquellas actividades que anteriormente disfrutabas….en este ejercicio mental puedes remontarte des de la niñez hasta hoy; puedes realizarlo por etapas de 5 años (de 0 a 5, de 5 a 10, de 10 a 15, de 15 a 20, de 20 a 25, etc). Anota todo aquello que disfrutabas haciendo, sin censura. No importa de momento si es realizable hoy en día o no, si tiene lógica o no. Sólo apúntalo y en el siguiente etapa del ejercicio ya decidirás.
A continuación tendrás que hacer frente –y esto es verdaderamente importante- a tu creencia de que la vida está diseñada para ser dura, imponente, … que no puedes descuidarte porque pueden suceder cosas terribles en cualquier momento. Además si te diviertes debes sentirte culpable ya que no estás esforzándote en tu trabajo, o simplemente, no estás invirtiendo tiempo en preocuparte, y eso es terrible porque en la vida no te puedes relajar, no puedes confiar, no tienes que jugar.
Esta creencia que en algún momento de nuestro ciclo vital adquirimos no es realista ni beneficiosa en absoluto. Todo es relativo, tiene diferentes formas de verlo. Si esta creencia nos hace daño, estamos en nuestro derecho de someterla a cuestionamiento.
Para empezar, quizás no es necesario hacer una distinción tan clara entre trabajo y ocio. Si no anticipamos consecuencias catastróficas, tenemos confianza en lo que hacemos y cómo lo hacemos, y nos mantenemos perseverantes, el trabajo se convierte en algo alegre y distendido –como ha de ser-, ya que todo en la naturaleza es sencillo y flexible. A este tipo de estado mental el budismo lo denomina esfuerzo gozoso. Así uno puede estar esforzándose pero estar gozando de ese esfuerzo ya que se encuentra presente, sin rumiaciones constantes ni ansiedad.
El ocio es la manifestación normativa de la diversión en sociedad, pero si nos mantenemos relajados mentalmente –sin autoexigencia y sabiendo emplear el estrés puntualmente y no realizando descargas continuadas anticipando peligros donde no los hay, etc- la alegría y distensión puede acompañarnos a lo largo del día y encontrar así muchos momentos para disfrutar intercalándose con otros de esfuerzo y concentración.
En conclusión, el disfrute y la alegría es un estado mental compatible con la eficiencia profesional y personal y con la que podemos vivir si realizamos una gestión emocional óptima y adoptamos y mantenemos una actitud de merezco disfrutar.
Lucía Rodríguez
Psicóloga