Inhibirse conlleva bloqueos emocionales y físicos y se mantiene por un autoengaño; este autoengaño consiste en no reconocer la realidad al ser condescendiente con los deseos de otra persona. Esto dificulta darse cuenta de los deseos propios.
Uno se autoengaña e inhibe de decir o hacer algo por ejemplo por mantener la opinión idealizada de una relación libre de discusiones, que sepulte cualquier sentimiento de desacuerdo y acceda a los deseos del otro.
El malestar que genera inhibirse y no expresar lo que uno siente o piensa (autoafirmación) es tan sutil que cuesta darse cuenta de cuándo y cómo se presenta, a veces sólo se siente desánimo, sensación de fatiga, irritabilidad y otros síntomas físicos producidos por esta inhibición, es decir, por reprimir nuestros deseos y necesidades y no exteriorizarlos ante los demás y ante nosotros mismos.
En el caso siguiente podemos observar un ejemplo de cómo reconociendo el problema a veces es suficiente para conducirnos a la solución: En una ocasión, vino una vez a consulta una mujer, Emilia, que se quejaba de falta de energía y de incapacidad para motivarse con un proyecto de creación literaria que le entusiasmaba tiempo atrás y que era importante en su carrera. Lo atribuyó a un freno o bloqueo en su inspiración que le estaba obstaculizando.
Estuvimos indagando sobre diferentes áreas de su vida. Después tocamos el tema de su relación con su marido, y a mi pregunta respondió que las relaciones con su marido eran buenas. Expresó vehementemente que se entendían y que se querían, que tenían mucho en común y nunca tenían conflictos entre ellos, siempre estaban de acuerdo uno con el otro.
Esto como psicóloga me alertó. Es posible que una pareja pueda tener intereses e ideas tan similares que les permita no tener desacuerdos ni discusiones, pero no es algo que ocurra con frecuencia. Es más posible en estos casos que uno de los componentes de la pareja (o ambos) sea condescendiente con los deseos del otro hasta el punto de no escuchar sus propios deseos, hacerse sordo a ellos. También es posible que un miembro de la pareja esté obstinándose en mantener la creencia idealizada de una relación libre de choques o discusiones, y así rechace cualquier sentimiento de desacuerdo y acceda a los deseos del otro.
Creí que a Emilia podía estar ocurriéndole esto, así que proseguí indagando:
TER: ¿cuándo fue la última vez que comenzaste a experimentar aumento de fatiga?
EMI: Mi marido y yo fuimos a una fiesta y cuando volvimos sentí que toda mi energía me faltaba, no sentía mis fuerzas.
TER: Cuando fuisteis a la fiesta, ¿ocurrió algo?
EMI: Bueno, no, nada especial
TER: ¿cuándo os fuisteis de la fiesta?
EMI: [se puso nerviosa]. A las 3
TER: ¿Recuerdas qué pasó durante la fiesta?
EMI: Bueno, algo pasó, aunque no es importante en realidad. A la 1 ya quería marcharme, al día siguiente tenía que madrugar para un trabajo importante. Le comuniqué a mi marido el deseo de irme y me contestó que él no deseaba marcharse aún, que nos quedaríamos más rato, que a mi me iría bien también.
TER: ¿qué sentiste cuándo dijo eso?
EMI: [un poco más tensa]. Creí que tenía razón
TER: ¿Pensaste en algo más?
EMI: [algo irritada] Pensé que mi marido no escucha lo que tengo que decir y siempre quiere salirse con la suya
Emilia se sorprendió de su misma respuesta. No se había dado cuenta de que estaba molesta con su marido. Después de expresar su irritación –que nunca había expresado a nadie, ni a su marido- sonrió y se sintió con más ánimo. Después dijo “¡pues ya me siento mejor!”. Después estuvimos ahondando en su ideal del amor y la relación de pareja: a su creencia de querer evitar cualquier desavenencia y su actitud de subordinación con tal de mantener una relación libre de fricciones. Ese ideal del amor encajaba con su idea adquirida en su adolescencia de tener una vida despreocupada, sin complicaciones, una creencia a la que se intentaba aferrar.
Lucía Rodríguez
Psicóloga