El pasado martes día 4 facebook me recordó la cena de Homenaje que me hicieron mis amigos de Granollers y que reunió a ciento sesenta comensales en una velada inolvidable en el que se me agasajó con palabras y con regalos entrañables para los que conocen mis secretos profesionales: la primera plana en la que me presenté como un joven director de veinticinco años, mi estreno profesional fue por la puerta grande; una insignia de oro de la Asociación de la Prensa, una pluma para el ojal de la americana; un rector amigo me consiguió un documento del Papa felicitándome por mis casi treinta años de trayectoria profesional; pero lo que más me conmovió fue una rosa del desierto, porque había sido una cita de mi despedida como director: “la vida me ha enseñado que de los percances y las caídas, por duras que sean, aparecen inesperadas rosas. Se lo leí una vez a un poeta: el desierto tiene rosas, también”.
Sí, fue una noche inolvidable aunque este día cuatro la recordé gracias a face, y lo compartí. Así que si gustan pueden ver la película de minuto y medio que me prepararon los organizadores de la cena sorpresa de ese día, hace tres años. Sí, una noche inolvidable pero a estas alturas la veo con nostalgia y hasta con cierta pena. ¿Inolvidable y pena? Parecen conceptos incompatibles pero no lo son.
Inolvidable porque a nadie le amarga un dulce, pero con pena ya que a la prensa de papel le han hecho un jaque mate. A los seis meses de retirarme la Revista, que había dirigido durante casi treinta años, tuvo que cerrar porque, como dijo el presidente del Vallés, en esos últimos meses las ventas y la publicidad habían bajado un 42%. La situación para un semanario privado que no tenía subvenciones públicas ni un grupo empresarial detrás estaba. Moría un semanario de setenta y tres años, el más leído de la prensa comarcal. Tres años después cuando salgo a la calle hay lectores que me dicen que echan en falta la cita de todos los viernes por la mañana.
Un mes después del cierre unos ex compañeros me pidieron que pilotara un nuevo proyecto periodístico, que sería el brote del viejo semanario: El Vallés del Siglo XXI. Me dieron que ese proyecto sólo podía cuajar si fuera el alma mater. No seria semanal, sino mensual. Acepté el reto porque me va la marcha y quise rodearme de los mejores compañeros (amigos) que había tenido en esos casi treinta años. Sólo tuve que coger el teléfono, proponer la nueva aventura. Ninguno iba a cobrar de entrada, luego ya se vería, pero cada uno tenía que aportar el capital que quisiera. Todo el mundo dijo que sí a colaborar y el 90% aportó una media de mil euros. Hace tres años iniciamos una nueva aventura cargada de ilusión.
Duró dieciocho números. Les aseguro que no existía en el mercado nacional una revista con más impacto visual, mejor diseño y calidad de papel que EL VALLES DEL SIGLO XXI, encuadernado a la americana (con cola). Parecía que detrás estaba la banca.El precio que le pusimos fue el coste de imprenta, nos fiamos de la publicidad… que no llegó. Nos equivocamos de estrategia. En dieciocho meses nos comimos el dinero invertido por esta cooperativa de periodistas.
Yo estaba convencido que la prensa de papel de calidad iba a sobrevivir en estos tiempos de cierre general de kioscos. Pero la depresión y la irrupción de los diarios digitales ha condenado a muerte a la prensa. En Cataluña la prensa subvencionada por la Generalitat aguantará porque tiene unos objetivos extra periodísticos, y las grandes cabeceras nacionales que no cierren, aguantarán porque son políticamente útiles para las empresas del llamado IBEX 35.
Hace cinco años mi hijo, que tenía que decidir la carrera, me preguntó si me gustaría que hiciera periodismo y le respondí que no, que sólo pueden intentar ser periodistas los que tengan vocación para esta profesión. He conocido decenas de periodistas, estudiantes de matricula de honor, de otra forma no se puede entrar en la Facultad, algunos haciendo de guías turísticos en las principales capitales europeas…
La pasada semana estuve en Lleida para una celebración personal. A una de los invitados la conozco de finales de los 70. Era la hija del kiosco que más vendía en la capital de la Terra Ferma. Hoy aburrida y con las manos cruzadas cuenta el tiempo que le queda para bajar la persiana.
Creo que entienden el porqué de mi pena de un modelo de entender el periodismo, pero sin embargo como decía en la cita: “la vida me ha enseñado que de los percances y las caídas, por duras que sean, aparecen inesperadas rosas. Se lo leí una vez a un poeta: el desierto tiene rosas, también”.
Estas inesperadas rosas están en el mundo digital en el que he empezado a colaborar desde hace dos años cuando acabó El Vallés del Siglo XXI. Antes sólo me leían los vallesanos, y hoy recibo mensajes de toda España, lectores que esperan mis cartas la mayoría irónicas, pero esta no lo es en absoluto. Es la excepción.
Roberto Giménez