Rara vez alguna persona que tenga éxito en el amor no ha cosechado anteriormente algunos fracasos, y es así porque el clima de unión e intimidad que se crea en la pareja permite reconocernos en el otro y así empezar un viaje de autodescubrimiento.
Estando en pareja podemos observar cuáles son nuestras necesidades afectivas, nivel de autonomía emocional, creencias, vulnerabilidades, fortalezas… y mediante la escucha interior producir armonía con la otra persona (en ocasiones, esta armonía puede conllevar reconocer la incompatibilidad como pareja).
Conseguir la felicidad en pareja es posible cuando se unen dos personas que se respetan a sí mismas y a su pareja, que no emplean juegos de poder para que su pareja le satisfaga, y que mantienen una buena comunicación, resuelven conflictos sin generar tensión adicional y tienen una vida sexual activa y satisfactoria.
Los rasgos más comunes de las parejas felices son:
Son amigos de su pareja, no sólo sus amantes. Así pues, no juzgan ni minan la moral del otro, ofrecen su afectuoso consejo pero permiten al otro tomar sus propias decisiones. Le abrazan con cariño cuando tropieza, sin reproche o crítica. Saben cuándo estar y cuándo no es necesario, y no se creen imprescindibles para su pareja.
Cultivan la atracción y cuidan la sexualidad: La sexualidad es el terreno del sentir y abrirse al otro, una experiencia profundamente comunicativa más allá de las palabras. En las crisis de pareja coinciden la falta de comunicación y vida sexual casi extinguida. Lo que ayuda en estos casos es abrirse a una comunicación auténtica con el otro, sin máscaras, empática y lúcida. La comunicación sensible y sincera conduce a una buena sexualidad, y a la inversa. Así pues, la atracción y sexualidad se alimentan cada día, con gestos de respeto y ternura hacia el otro: palabras amables, estar pendiente del otro, compartir nuevas experiencias juntos…
Aceptan y se adaptan a los ciclos del amor. El enamoramiento es un proceso bioquímico que ocurre en el cerebro cuando se produce feniletilamina (sustancia orgánica familia de las anfetaminas). El siguiente paso en la relación viene marcado por otras sustancias del cerebro: las endorfinas. El fuego incesante de la pasión ya no protagoniza la escena y toma el relevo un amor más apaciguado. Este es el cambio de la pasión a la ternura, y la ternura es la que hace crecer el amor. Sabemos que el otro es importante para nosotros y valoramos que esté a nuestro lado, por esto cuidamos el vínculo. Alguien dijo una vez…“nada es pequeño en el amor, aquellos que esperan las grandes ocasiones para probar su amor, no saben amar”.
Desear la felicidad de la pareja: implica alegrarse y celebrar juntos los logros de la pareja, querer que evolucione, se desarrolle y ayudarle a ello. De esta forma se conoce el amor verdadero, en el que no buscamos en la pareja un aporte de bienestar para nosotros mismos, sino que deseamos y favorecemos su felicidad. El egoísmo puede infectar a la pareja provocando que las relaciones se tornen una lucha de poder que exige una y otra que la pareja cumpla nuestras expectativas.
Estar juntos es fácil: el indicador más significativo del bienestar de la pareja es que estar juntos no sea costoso, que fluya. Necesitamos aceptar que el otro llega con su propia historia a la relación, por tanto, lo idóneo es no inquietarse cuando aparezcan diferencias entre los dos ni tampoco tolerarlo todo. Significa aprender a fluir con los ritmos propios y los del otro: más actividad sexual o menos, necesidad de socializarse más elevada o menos…etc.
En resumen, la pareja es un sistema vivo que siente y se mueve de forma única y que necesita flexibilidad y capacidad de adaptación para favorecer una renovación constante.
Lucía Rodríguez
Psicóloga