El viernes a primera hora de la tarde me lleve una alegría en directo oyendo las Noticias. Un juez de la Audiencia Nacional había puesto contra la pared a doña Concha Dancausa denegando su resolución, que había tomado 24 horas antes, en la que prohibía la manifestación de esteladas en el Vicente Calderón programadas para fastidiar a todos los que amamos a España, y ese 51% de catalanes que no queremos dejar de ser lo que somos, a parte del rey.
Me lleve una alegría no porque sea masoquista, no siento placer con lo que me duele, sino porque el magistrado ha chafado la guitarra a los imaginativos dirigentes de la ANC que habían contraprogramado una Mani disfrazados de escoceses. Nos darían igual la gaita de sus pitos, pero sin faldas plisadas.
Pero sobre todo, el magistrado de la Audiencia de Madrid demostraba la evidencia que los indepes niegan: Que España sea un Estado democrático, porque dicen y repiten que no existe la separación de poderes: que la Justicia acataba lo que le dice el poder Ejecutivo.
Que haya decenas de inculpados del PP en espera de juicio, y algunos en la trena, no tiene nada que ver por aquello de que no existe peor ciego que el que no quiere ver.
Para los separatas la diferencia entre dictadura y democracia no es un cambio de página, sino un punto y seguido o, menos aún, una insignificante coma. Y así viven en su mundo imaginario. Por eso me alegré de la sentencia del magistrado dando una sonora bofetada a doña Concha, y a todos los que alimentan la ficción indepe.
Dicho esto, no pretendo imitar a Salomón, pero entiendo los motivos contrapuestos tanto de la señora Dancausa como del señor Cuní, el mejor tele predicador del imperio del Murdoch español, el conde de Godó, Grande de España. Ambos defienden a sus adeptos
Una considera que llenar todo el santo día del domingo las estampas matritenses de plaza mayor, la Cibeles y la Puerta del Sol con cientos de esteladas no sólo va a soliviantar los ánimos sevillistas que llevan en su zamarra la bandera española, sino también los gatos se sentirán ofendidos en su propio suelo. El barrio de Salamanca de Madrid siempre ha sido Zona Nacional, no sólo desde los tiempos del Caudillo sino del Marqués de Salamanca que, por cierto, no tenía nada de charro sino que era tan malagueño como Antonio Banderas, ya que de trapos hablo.
Entiendo que la delegada de la Comunidad prefiera el mal menor, que se le acuse de censora, al mayor. No sólo que se desate un 2 de mayo, son tiempos más Light, sino que crezca una espiral de tensión que a resultas de la temida violencia radicalice una situación tan crispada como la que Podemos tener en todos los frentes: el territorial y el político. Espero y confío que no.
Vaya por delante que si yo fuera mujer, y concretamente la señora Delegada no hubiera tomado su decisión porque tengo alergia instintiva a las prohibiciones por esta sencilla razón: Acababa de cumplir 18 años cuando Franco la diñó, y ningún podemita, cupaire o estelado me lo tiene que contar. Salgo de casa con la lección aprendida.
Entiendo a los estelados que con la excusa de la sacrosanta Libertad de Expresión hoy sacarán pecho, en la capital de la Bestia, con esa bandera que le despierta sus instintos más primarios. Vamos, tocar los huevos, y máxime si pasa lo más probable: que la copa del rey Borbón se la lleven los aficionados estelados que sueñan con la República independiente de su casa. Siempre tendremos un Ikea a mano para entretenernos las tardes del sábado.
No estoy en la causa de la señora Dancausa, pero la entiendo, tanto como al señor Cuní afanado en cuidar a sus devotos teleespectadores que le dan tan ricamente de comer.
Entiendo a la doña del Pedralbes madrileño (Barrio de Salamanca). No la aplaudo por mi rechazo instintivo a toda prohibición, pero reconozco que me sube la bilirrubina cuando veo que Puigdemont, me resisto a darle el tratamiento protocolario oficial, y a la alcaldesa Colau, que más que [h]Ada tiene una escoba escondida entre las piernas; se rasgan las vestiduras por la ofensa que, al parecer, España nos ha hecho a todos los catalanes, según la diatriba del impagable Cuní, y naturalmente aplaudida por la otra bruja oficial de su compañía: la Rahola.
Lo que a ellos les cabrea a mi me place. Es la ley de los vasos comunicantes.
Expiada la ofensa, los besamanos republicanos de Ada y su vecino de enfrente sonreirán y compartirán palco con el rey.
Menos mal que la tormenta levantada sobre un vaso de agua se ha evaporado. Sólo espero que este noche no tenga que dar la razón a Doña Censora porque a algún desalmado haya abierto la cabeza a alguien. Me dolerá igual quien sea el propietario de esa cabeza. Eso sí, La policía tendrá que separar los Boixos de los Locos.
Roberto Gimenez