Roberto Giménez
Roberto Giménez

La misma noche electoral del 20D escribí un artículo en CRONICA GLOBAL que una gran coalición a la alemana en España era inviable. No lo argumentaba por falta de tradición, pues toda tradición tiene un inicio, pero tenía claro que Mariano Rajoy no se iba a entender con Pedro Sánchez porque éste le había faltado el respeto en el cara a cara televisivo. Dije que como era imposible un acuerdo la única vía era que ambos cedieran el paso a otros candidatos…

Ese artículo lo escribí tres semanas antes del rocambolesco cambio del President de la Generalitat que se sacó de la chistera al conejo de Puigdemont. Un político perfectamente prescindible como se ha demostrado en sus primeros cien días de gobierno. Carles no tiene la trempera de Artur. Por eso Mas volverá cuando considere que sea la hora de volver.

Soy consciente de que en política la bola de cristal es tan suertuda como rellenar una quiniela. Por muchos dobles o triples que juegues siempre te saldrá un Valencia al que juegas con uno fijo que te rompe la quiniela.

No creía que se fueran a repetir las elecciones porque la lógica también existe en la política. A nadie le interesaba repetirlas, salvo a Podemos, porque Pablo Iglesias y sus descamisados tienen en el ADN el asalto al Palacio de Invierno. Son neo comunistas que sueñan con la Conquista del Estado como calificó durante la República un radical de la otra acera política como fue Ramiro Ledesma Ramos. Los extremos están más cerca de lo que el común de los mortales imagina. El ramo médico de psicólogos y neurólogos lo conoce bien. Sigmund Freud antes de ser el famoso Freud era un neurólogo clínico.

Hace quince días Oriol Junqueras caviló que iba a haber una Gran Coalición, pero conocidos los dotes proféticos que tiene éste ex seminarista, experto en hacer de rata de biblioteca en el Vaticano, mi duda desapareció como por ensalmo, pero la culpa ya no es de Rajoy ni de Sánchez, ni del diplomático Rivera que ha intentado hacer un cuña imposible.

La culpa ha sido ese olor pestilente de la corrupción desatada desde las últimas elecciones. Un reguero que hace perder borbotones de leucocitos al partido de la gaviota. Vade retro, y hasta Albert Rivera tiene que ponerse la escafandra. Creo que los más de siete millones de votantes del PP continuarán siendo fieles al partido de la gaviota. Sin ilusión pero como mal menor. Los más tapándose la nariz.

Anuncian las encuestas que el PP continuará siendo el partido más votado (por mucho que se empeñen los colegas de la Cuatro y la Sexta), pero de las elecciones vaticinadas para junio en lo sustancial no habrá cambiado el panorama, salvo que Podemos y sus mareas avancen al PSOE si decide ir en coalición con Alberto Garzón. Esta vez supongo que irán juntos porque han visto que les interesa la suma. La política no es más que un juego de intereses. Aunque los comunistas tienen un gen mutante que les canibaliza.

Pero si pasa lo que anuncian las encuestas estoy porque pasará lo que pensé la noche del 20D. Que habría una Gran Coalición de tres partidos, pero sin las dos espadas principales: Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. Los dos sobrarán. Rajoy me sigue pareciendo un hombre honesto. Si su objetivo en la vida fuera ganar dinero no habría dejado su profesión de registrador de la propiedad. Quien más miedo me dan son las personas que acusan a los demás de ser corruptos porque, como dice el refrán, el ladrón cree que todos son de su misma condición.

Cosa distinta es que Rajoy te guste o te enerve, para gustos los colores.

A los separatas les pone de los nervios lo que califican de apatía política. Y como lo repiten como los grillos, hasta se lo creen, pero Rajoy no puede hacer otra cosa, aunque quisiera que no quiere; salvo que esa otra cosa fuera suspender la autonomía que barrunto que es lo que sueñan los de ERC y los de la CUP por aquel lema leninista de ‘cuanto peor, mejor’. La Ley se lo permite. Lo que no le permite esa hacer lo que le piden que haga. En eso estoy con Rajoy.

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Lo positivo de este reino de embrollo y sin gobierno es que estos meses nos ha permitido comprobar que la tecnocracia del Estado no se para y actúa sin importarle los pies de los políticos a los que aplasta más que pisa. Que la Ley no está suspendida. No es que sobren los políticos, pero lo que es imprescindible es la tecnoestructura de un Estado.

Y eso es una garantía de que España no está en almoneda.

Duermo tranquilo.

 

Roberto Giménez