Platón, discípulo predilecto del anterior semidios Sócrates, contribuyó a finiquitar tanto al mismo Zeus, como al resto de los dioses que conformaban parte del imperfecto Olimpo, hasta entonces tan sólido y pétreo.  El éxito de tales pensadores, fue fruto simplemente del razonamiento de la naciente filosofía, la cual, erosionó la misma base de los pies de barro que representaba toda la gigantesca e imaginativa mitología griega; hecho, que debemos convenir, nunca ha acontecido con las vigentes religiones, incluyendo el cristianismo, por mucho que se esforzaran en ello, tanto la filosofía, como la ciencia.

  Platón, contrario a la aun de aquella imperfecta, peculiar, subjetiva y manipulable naciente democracia, tampoco era partidario de otros regímenes políticos, tales como la tiranía, o la oligarquía.

 En su tratado de la República, optaba por una “sofocracia “(sofos o sabiduría; Kratos o poder político), también llamada “epistocracia”; según la cual, el poder político debía recaer en personas con amplia sabiduría, ética y conocimiento, que guiarían así, sus decisiones tras la búsqueda de la verdad para lograr el bienestar del pueblo en lo concerniente a la “rex pública”, a través también de la razón, el entendimiento, la virtud, tendente, en definitiva, a logar la justicia social.

  No cabe duda de que el novedoso planteamiento, ajeno a los intereses de la aristocracia reinante, tenía a su vez, obvios problemas de “riesgo de elitismo”, por ser susceptible de dejar al pueblo sin voz, ni voto, al margen de poder ser a su vez subjetivo dicho “nuevo linaje” de poder político. Sería algo así, como una idealización de una concreta aristocracia, virtuosa y sabía que conformarían los “reyes filósofos” que él proponía.

  El origen de su idea política devendría posiblemente de los Siete Sabios que también recoge dicho pensador en sus “Diálogos” como reflejo de la tradición de la antigüedad griega, que abarcaría a Tales de Mileto, Solón, Biás, Pítaco, Cleobulo y Períandro. Otros autores, incluían a 27 sabios de esas épocas.

  En parte, debemos convenir que era normal que se buscase nuevas sendas idealizadas de organización social, puesto, que el tema económico, naturalmente, no lo solventaba la naciente y aun imperfecta democracia, como tampoco lo solventa hoy, ni lo solventó obviamente la misma Revolución francesa. Digamos imaginativamente, que dicho extraordinario pensador, podría ser el equivalente a Carlos Marx en cuanto a intentar reducir los privilegios entre clases, puesto que, sin olvidar que esa sociedad griega y su economía,  se asentaba objetivamente una extraordinaria base de mano de obra esclava, que permitía a los nativos vegetar, reflexionar y participar muy activamente en la vida pública, no por ello, dejaba de haber una significativa diferencia  de las clases populares respecto a la élite de la nobleza,  que ostentaba el poder económico; razones entre otras, por la que el pueblo, aprovechando la democracia, la utilizaba para que los nobles díscolos, con ansias de hacer carrera política, atacasen como verdaderos arietes los privilegios de su misma clase, sabedores que con ello se ganaban el favor y voto del pueblo, razón por lo que algunos, con el beneplácito de la plebe, se convertían el “tiranos”, figura que en absoluto tenía las connotaciones que se le atribuyeron desde la Edad Media (Las Partidas de Alfonso X) o incluso en el Renacimiento ( El Príncipe de Maquiavelo), autor este último, que expresaba, se podría llegar al poder por la fuerza, o incluso por elección, pero alterando después la verdadera voluntad del pueblo por la que había sido votado, modificando también las leyes con fines propios, y que no serían precisamente los del necesario interés general. Pensemos hoy en día en el interés particular de los partidos, que no responden en muchos casos, ni con una mínima estructura interna democrática, – pese a ser preceptivo-ni menos, a un necesario interés general al gestionar la “rex pública”.

   Qué duda cabe, que nuestro actual contexto, desde la creación de las Constituciones, los intereses subjetivos y la seguridad jurídica ha constituido un hito en la humanidad, que ha logrado sustituir la fuerza bruta para solucionar el conflicto social, aunque dicho sea de paso, sigue lógicamente sin democratizarse, ni solventarse naturalmente el factor económico, que seguiría siendo utópico en nuestros pilares capitalistas, como quedó demostrado por el devenir en la aplicación de las teorías marxistas.

  Aun así, viendo la  patente degeneración actual del espíritu y de la letra de las democracias actuales, resultado del mal hacer por parte de unos peculiares políticos oportunistas, quienes interpretan que la democracia, puede ser un mero medio para conseguir sus particulares fines, que obviamente se observa que no son los generales, al estar carentes de la mínima ética, moral, razón, entendimiento, o mínima virtud en su pensar y actuar, a veces incluso opuesto a las lógicas  razones de estado,  por lo que no sería descabellado ni utópico,  crear en el actual contexto democrático, un mecanismo jurídico-político que garantizase todos los principios y valores que  actualmente están siendo vapuleados, cuando no ignorados por los dirigentes políticos; por lo que un organismo institucional  independiente, objetivo, neutral  y ajeno a la política, de libre elección por exclusiva meritocracia y vocación altruista, que podría estar compuesta por 17 refutados sabios, uno por cada Comunidad Autónoma, tuviesen la última palabra en determinadas materias y con verdadero poder de veto frente al ejecutivo, y que vendría legitimado en la propia voluntad popular del soberano que lo creó. Incluso, podría sustituir al actual poco efectivo Senado como cámara alta, que solo simbólica y momentáneamente frena las iniciativas legislativas del ejecutivo. Igualmente, el mecanismo de la Corona, en la practica dado el papel limitado que le otorga la Constitución, no permite neutralizar ese posible gran desequilibrio entre la clásica división de poderes establecida  por Montesquieu.

 Dirán Vds. que para eso ya está el poder judicial, y que, para respetar el orden de valores y principios constitucionales, estaría a su vez el Tribunal Constitucional. Es cierto, qué duda cabe, pero ambos, también sabido es, están sufriendo la embestida, politización de sus miembros y el consecuente desprestigio por parte del poder ejecutivo, al que se le une el poder legislativo con sus peculiares mayorías, que junto a un rígido control de  los medios de  comunicación y redes, podrían poner en grave peligro la legalidad vigente, o indirectamente, provocar un ascenso del polo ideológicamente opuesto como respuesta a esta mutación previa  de principios y valores no compartidos por la mayoría social.

  El tema es complejo, por lo que simplemente esbozamos la idea, que tendría  la misma legitimidad que cualquier otra procedente del pensamiento humano, en la seguridad que requeriría perfeccionarla para intentar acoplarla en nuestro  contexto actual, con la intención de mejorar la democracia presente, la cual está,  empezando a tener serías fisuras, no por es un régimen antiguo o caduco de organización política y social, y si más bien por estar siendo manipulada hasta la saciedad, sin respetar los “límites y limitaciones” que ella misma establece y para lo que estaba diseñada.

 La realidad nos dice, que cuando el poder político, no respeta, ni hace respetar el orden legal vigente, consensuado por la mayoría, y se altera el mandato para lo que fueron elegidos,  deviene la correlativa falta de respeto por parte del pueblo, sabedor que se están cambiando torticeramente las previas reglas del juego establecidas, y que lejos de ser un mero juego, equivale a romper el” contrato social imperante”, con las consecuencias que la Historia desgraciadamente nos ilustra, en especial, la del S.XX

José Manuel López