El coronavirus no llegó sin avisar, al contrario como suele acontecer en todas las guerras, primero mandó ostentosamente un emisario tocando trompetas, con la salvedad que en este caso, no había previsto pacto, tratado de paz, armisticio o alto el fuego, ni siquiera una mera rendición como opción, pues el arrogante enemigo invisible -al ser tan sumamente estúpido como su primo el cáncer-, exigía la misma vida, aunque con ello muriese ese mismo invasor. Era la guadaña que llamaba no a cualquier puerta, sino osadamente a toda la Humanidad.
Cada uno de nosotros habrá tenido una percepción diferente del lejano aviso de esa crónica de muerte anunciada que venía del lejano Oriente, a muchas millas de distancia para prestarle atención, salvo para ver absortos la rapidez de construcción de unos improvisados hospitales, que como si fuera espectáculo circense saturaron semanas las redes sociales.
En mi caso, recuerdo cruzarme con el letal enano en la T1 del aeropuerto de Barcelona, donde me desplacé a finales de febrero por motivos profesionales, donde tuve la sensación que me rodeaba de forma invisible entre aquellas docenas de turistas de nacionalidad china que caminaban a mi lado después de pasar fronteras, personas que procuraban respetar las distancias y llevaban todas su correspondiente mascarilla mientras arrastraban aquellas enormes y ruidosas maletas, visión que asemejaba como si el mismo carnaval decidiese caprichosamente prolongar su carnavalesca fiesta. Yo me decía: “estos parece que van en serio” mientras interrogativamente observaba como miraban con aquellos característicos pequeños penetrantes ojos, donde no se detectaba miedo, pero si tal vez, un mensaje de prudencia. ¿Tendríamos que hacer lo mismo, o estos chinos están exagerando? -me preguntaba mientras andaba ya un tanto incomodo a su lado-. No hay problema -me decía intentando convencerme a mí mismo, no exento de cierto erróneo orgullo interno-, pues me decía: “estamos preparados para toda eventualidad con un sistema sanitario de primer orden”. Es normal que les permitan entrar, – seguía reflexionando- somos un país esencialmente turístico pero sin duda, sanidad les habrá “controlado” al pasar frontera. Paradójicamente a mí cliente, no le permitieron la entrada como turista por una mera cuestión administrativa de falta de suficiencia económica.
Escasas semanas después el espectáculo circense se trasladó al mismo país de Dante y les mostró también los círculos del infierno, -aún estaba lejos-, ningún problema decían aun así nuestras autoridades, quienes no entendían la cancelación del Mobile Congress; exagerados -decían unos-; mera guerra comercial por la tecnología de 5-G -decían otros-. Y venga, manifestación multitudinaria de “divisionario género” con beneplácito oficial- pese a los informes internos previos existentes-. “Os va la vida en acudir” decía toda una Ministra.
Actualmente y después de más de 27.000 muertos oficiales ( posiblemente el doble en este autoengaño mundial de pinochescas cifras), tras más dos meses de confinamiento cuasi total, después de descubrir que los auténticos “héroes” no eran precisamente los de los comics, observamos incrédulos: como tenemos la casi generalidad de Occidente devastado- física y económicamente-; la incerteza e inseguridad por bandera, conscientes que nuestra propia vida, pende del mero hilo de la casualidad y del azar al no ser dueños del presente ni del futuro inmediato. El carnaval dantesco había decidido perpetuarse desterrando hasta la propia Semana Santa y el Ramadán. Incluso los mismos húmedos sueños nacionalistas quedaban irremediablemente relegados, pues la cruda realidad volvía a imponerse más tercamente que ellos. Ahora nos había tocado a nosotros, pero los más distantes y flemáticos anglosajones persistían aun así en anteponer primero la economía hasta que inexorablemente la muerte también llamó a sus puertas. El drama a nivel internacional y por tercera vez consecutiva por fases, como si de una obra de teatro se tratara, se volvía a repetir.
El letal e invisible enemigo, sin previsión general sanitaria adecuada de ningún estado, abarrotó de cadáveres las ciudades sitiadas, luego puso en jaque mate el empleo, la economía y el comercio, causando consecuentemente las necesidades alimentarias que se detectaron primeramente en el sur de Italia asaltando esporádicamente supermercados y que derivó en la misma intercesión y afianzamiento de la propia mafia aprovechando la macabra jugada – jugada que posteriormente también practicaron aquí unos soñadores muy poco éticos -. Como era de prever, nos tocaba sufrir a nosotros haciendo de involuntarios actores en ese papel de indefensas víctimas, y ahora nos levantábamos sorprendidos con las preocupantes noticias de largas colas para adquirir alimentos caritativos fuese en el Norte o en el Sur, Madrid o Barcelona. No por nada tendremos casi un 40% de pobreza pues algo definitivamente no funciona, -sea el ascensor o el equilibrio social-, salvo la corrupción política naturalmente que goza aun de extraordinario estado de salud (30 condenados en lo que va de año), que no tiene color al ser tanto de centro, izquierdas o derechas, pues llevando la contraria a la misma Biblia, esa diabólica semilla germina hasta en las piedras.
Si las colas del hambre se suceden incluso en la primera potencia económica, está cantada la inminente “hambruna” mundial al tener que replegarse los propios filántropos del primer mundo. El persistente enemigo diminuto parece ganar definitivamente la batalla pues nos obligará a salir de las meridianamente seguras “trincheras” de nuestra casa, tanto por necesidades físicas, psíquicas o meramente materiales. Tendremos que hacerlo escalonadamente, con tiento, con prudencia, incluso sin los vitales tests, pues alguien, intentando emular a César practica ese peligroso “alea jacta est”. Irremediablemente el bicho cambiará nuestras vidas, nuestra forma de interactuar en sociedad y espero también con la naturaleza ampliando esa involuntaria tregua que por esta fuerza mayor le hemos dado. Cambiarán nuestros principios y valores, ojalá sea para mejor y no solo pasajeramente. Deberemos ser más solidarios, más conscientes en este mundo global e interconexionado, donde estamos irremediablemente unidos, ligados; -sin olvidar lo local y cierto proteccionismo, evitando así dar pólvora gratuita a los nacionalismos-,donde deberemos encontrar nuestro verdadero espacio vital y equilibrio en lo personal y social a nivel humano, como también en lo económico; y donde la piedra de “roseta” no necesariamente debería tener como único “fin” la mera desenfrenada acumulación de riqueza, ni seguir como “medio” político los extremismos ideológicos nefastos. Debemos por experiencia seguir la senda marcada por el capitalismo, pero domándolo, repartiendo equitativamente la riqueza generada, y que esta no sea a cualquier precio ambiental; procede anticiparnos a la cantada jubilación de mano de obra resultado de la unión de informática y robótica; debemos en definitiva poner en el asiento trasero el tan idolatrado PIB, sustituyéndolo por el PBG (producto del bienestar general), pues a todo necio que siga confundiendo valor y precio, a ese 1% que ostenta el 90 % de la riqueza mundial, cabría preguntarles: ¿de qué os vale tener todo ese indigesta riqueza en vuestras manos?. ¿Qué os aprovecha ahora vuestro arrogante todopoderoso caballero don dinero?. Ya lo decía Groucho Marx: “Hay cosas más importantes que el dinero, pero valen mucho”
José Manuel Gómez