
Un país enclaustrado, con ciertas libertades fundamentales restringidas, cuestionables legalmente desde el mero estado de alarma, por ser más propias del estado de excepción. Aún con ello, a la pandemia le acontece lo que en su día tuvo que reconocer Napoleón en su craso error de invadir una nación aparentemente como él decía anárquica, pero donde encontró una voluntad general, una disciplina común y un objetivo concreto: superar el ahora diminuto, letal e invisible enemigo y sus transcendentales consecuencias, tanto económicas como personales. Luto y recuerdo para los que se han ido, en cascada, como torrente sin ni siquiera poder despedirse de los suyos, en especial nuestros mayores, donde mucho tuvo que ver la impericia, la falta de previsión, suplida por una deficiente improvisación. Honores y aplausos para esa generación de sufridos espartanos de postguerra que en silencio, pero con tesón y voluntad de acero, hicieron la España que todos hoy disfrutamos y que muy pocos saben apreciar, sea por ignorancia, soberbia, o por meros oscuros intereses partidistas.
En cuanto al futuro, todas son dudas, temores e incógnitas de saber a qué sociedad realmente vamos abocados, si será a un gélido invierno, o a una esperanzadora “primavera”. Muchos valores y principios mutarán, esperemos que sea para bien en relación a nosotros mismos, a la sociedad, y en especial a la Naturaleza, esa madre Tierra cansada tal vez de tanto abuso de recursos, de contaminación, de solemne menosprecio. Mucho se especula con una mano negra, pero nadie se plantea que el ser humano, desde la década de mediados del siglo pasado, nunca ha realizado una agresión tan desproporcionada al planeta por tierra, mar y aire, bastando recordar para ello los titánicos incendios en la práctica totalidad de los continentes el año pasado, algunos durante meses, caso de Siberia. Esa podría ser perfectamente otra causa de explicación científica sin duda, junto con los extraños hábitos alimenticios de algunos países. La tierra como el mar, nos devuelve lo que le tiramos.
En lo económico, es indudable el jaque mate global que será preciso recomponer, no con una mente cuadrada y estrecha clásica del neoliberalismo descerebrado imperante (caso de la habitual insolidaria Alemania, Países bajos…soñando incluso con hipotéticos beneficios de la prima de riesgo) y si con una visión práctica conjunta global, en un enfoque keynesiano de generar gasto para consecuentemente crear empleo y consumo; más cuando la sociedad de Occidente, somos conscientes que no soportará otra década de crisis y sucesivas generaciones perdidas y humilladas.

Donde unos ven tierra quemada, otros, sin dejar de ser realistas, vemos tierra fértil, una ocasión única para regenerar, plantar y hacer crecer una novedosa cosecha a modo de unos verdaderos pilares socioeconómicos para el futuro que equivalgan a una verdadera razón de ser de una nueva Europa que hasta ahora no supo pasar de ser un mero mercadeo de libre circulación de personas y mercancías junto a un omnipresente egoísmo innato por bandera.
Esa labor de reconstrucción corresponderá a ingenieros “estadistas” almas magnánimas que diría Ortega, personas e instituciones relevantes con mentes abiertas, generosas y prácticas, que sepan deslindar el grano de la paja, sin confundir neciamente el valor y precio -como le acontecía al mercader de Venecia- entre tanto aficionado ejerciente en política. Tal vez sería ocasión para ir implantando algo más trascendental y práctico que una mera economía fría de mercado, carente de sentimientos, principios y valores, donde un concepto del clásico P.I.B. , pueda ser sustituido sin utopismos como en Bután por la F.N.B ( felicidad nacional bruta) limitando en parte el libre mercado para lograr una racionalización, humanización y equilibrio de intereses donde se están nutriendo precisamente los viscerales nacionalismos. Un plan Marshall es fundamental. EE.UU. ya ha dado orden al Tesoro de poner en circulación 2,5 billones de dólares, la U.E. 1 billón de euros. Debe plantearse como un mero juego de Monopoly, se vuelve a repartir fichas y dinero, empieza el “game”: todos ganan, nadie pierde, roba o se amotina. Quien quiera jugar a otro peligroso juego, a la casilla su cárcel mental y .
A nivel nacional, destaca el clásico pesimismo generacional que venimos arrastrando desde 1899, unido a confrontamientos sociales estériles tanto de género, políticos, identitarios, de clases o castas que devienen ridículos frente a una realidad que siempre termina por imponerse, disipando como mera niebla los meros sueños de unos y las consecuentes pesadillas de otros. La situación actual de estado de alarma, obviamente es una tentación para determinadas ideologías extremas que amparándose en el poder, pudieran intentar legitimar un cambio de régimen constitucional no deseado por una sociedad confinada en cuarentena, amén de pretender cuestionar en el peor momento posible las instituciones que son los verdaderos “pilares de equilibrio”, pretendiendo ofrecer a cambio supuestos paraísos sociales, unos ya caducos e históricamente superados, y otros inviables al requerir de ese pueblo una madurez política- en especial la de sus dirigentes-, premisa que hoy por hoy, obviamente no existe como previamente demostraron también los dos fracasos intentos republicanos; más si de nuevo, la base de ensayo es una rara alquimia tendente a erosionar la esencia del capitalismo y expoliar la propiedad privada a través de la senda incierta del populismo. Craso error que de materializarse, será lo último que harán en el ámbito de la “rex publica” a la que teóricamente se deben lealmente y vienen constitucionalmente obligados.
La lógica humana, jurídica y económica debe necesariamente respetarse si se quiere ser viable, por lo que los radicalismos, visiones, sueños y pasiones individuales, deben al menos adecuarse a ese marco. No se podría pretender “perpetuarse en el poder” a base de promocionar “rentas mínimas” populistas máxime en un contexto del presente caos económico, pretendiendo presionar para beneficiar a 1,8 millones de hogares y tres millones de personas necesitadas, objetivo muy loable sin duda, y que antes o después se deberá enfocar ante el imparable ascenso de la robótica e informática, más cuando somos el segundo país con más pobreza de Europa, pero se deberá primero reflexionar sobre que recursos económicos realmente se dispone, o que nivel de endeudamiento permite la viabilidad económica con la actual severa supervisión fiscal europea. En todo caso, una cosa es obvia, después de la invernación de millones de empleos y negocios, lo deseable sería que no pase a ser destrucción masiva, para lo que se deberá primero asentar y consolidar las bases de esa población activa (“medio”) que permita lograr ese posterior “fin” altruista: caso de los autónomos por ejemplo, a los que tan solo al 22% se les ha reconocido un ya ridículo derecho de cobro por inactividad forzada, a quienes paradójicamente, se les sigue obligando a pagar los autónomos e impuestos, quienes además deben soportan puntualmente los costosos gastos de mantener su estructura productiva. Lo contrario a esta mínima elemental lógica, sería despojar violentamente a un santo, que junto con la Pymes salvo error crean un 80% del empleo neto para tapar otro roto en parte improductivo, o que puede desincentivar sencillamente el trabajo. Quien pretenda seguir esa ilógica, solo tendría un visceral objetivo: “democratizar la pobreza” con fines oscuros, como nos consta lo tienen algunos tiranos y que ya por evitar reiteraciones omitimos. Lo mismo es aplicable al mercado de alquiler, incentivar si, confiscar y dar inseguridad jurídica, “no”.
A quien pretenda seguir esa senda espinosa, le seré más explícito y estoy seguro que dichos iluminados, aunque con escasas bombillas, lo entenderán meridianamente: cuando el mismo Simón Bolívar aún era un niño, vinieron unos revolucionarios criollos venezolanos a intentar provocar un levantamiento popular y terminar con el Rey de las Españas para así lograr la pronta independencia. El resultado, -al margen de conmutarse la pena de muerte por cadena perpetua-, sirvió al menos para sacar una obvia conclusión a los ingenuos revolucionarios, muy parecida a la dicha anteriormente del pequeño galo: “ Ese pueblo, no sé qué endiablado pacto tiene con su Rey a pesar del maltrato que le dispensa al pueblo” (que no es obviamente el caso presente).
Si quien realmente dice gobernar con tanta extraña compañía, y que actualmente ostenta la más baja popularidad de todos los líderes europeos, cae además en la tentación, de seguir esa extraña senda de derribar instituciones clave y pretender perpetuarse en el poder a base de rentas populistas, le acontecerá como predijo aquella astuta adivina del oráculo de Delfos, aunque en vez de ser la caída de un reino, podría ser la de un gobierno y esos partidos, o pasar a ser meramente residuales, pues el pueblo, puede disculpar la impericia, -más frente a un problema nuevo y de unas dimensiones colosales-, donde la popularidad tal como baja sube, pues puede acontecer incluso un “final feliz” (¡que no sea chino naturalmente!), pero lo que jamás perdonaría, es una traición en el momento más delicado que durante siglos le ha tocado padecer a nuestro país. De no respetarse esta mínima exigencia por parte del líder, podría acontecer como le pasó en su día al Sr. Más con su prepotente falta de reflexión: No solo sería pasar el desierto, ni bajar a los círculos de los infiernos; sería posiblemente peor desapareciendo también literalmente del mapa.
José Manuel Gómez
Abogado y escritor