
José López Martínez. Relato premiado en el Concurs de Sant Jordi del grupo Ressó de Granollers
La historia de Adán y Eva, según las creencias judías, cristianas y musulmanas. Fueron los primeros seres humanos que poblaron la tierra. Un hombre y una mujer. Hechos por Dios en el sexto día de la creación. Ellos vivían felices en el Jardín del Edén y según la Biblia, por culpa de una simple manzana, los expulsaron del paraíso y se encontraron desnudos ante la inmensidad de la tierra.
Pero la historia que quiero contar, es otra historia más real, más reciente. Ocurrió hace unos años. Es la historia de unos chimpancés secuestrados en África cuando unos desalmados mataron a las madres y vendieron sus bebes a un traficantes de esclavos, no sin antes ponerles de nombre Adán y Eva. De pequeños eran muy graciosos, pero con los años se hicieron mayores y acabaron en el centro carcelario del Safari Zoo de Sa Coma en la isla de Mallorca. Allí entre rejas ellos contemplaban la crueldad de los seres humanos. No podían comprender el por qué siendo inocentes, sin haber hecho absolutamente nada, los encerraron de por vida, a pesar que son nuestros parientes vivos más cercanos con un ADN de casi el 99 %.
Adán estaba locamente enamorado de Eva, su compañera de jaula. Porque los chimpancés tienen sentimientos como nosotros, cuidan a sus mayores, y a las crías las besan con amor, y en un estudio por la doctora Jane Goodall experta en primates y mensajera de la paz de las Naciones Unidas, descubrió que los chimpancés tienen los mismos sentimientos como la felicidad, la tristeza, el miedo, la desesperación y son capaces de morir de pena.
Entre los barrotes de la jaula, Adán y Eva pasaban horas, días, meses y años, esperando cada día las migajas que les echaban para subsistir en su mal vivir. Eva admiraba a Adán por su fuerza y su paciencia. Adán amaba a Eva por su belleza animal. Eva tenía una mirada triste y melancólica. Adán día a día veía a Eva languidecer y alguna que otra vez, le oyó un leve quejido, era como un lamento, Eva gemía agarrada a la reja de su celda con la mirada perdida. Adán la observaba de reojo y veía un brillar en sus ojos cada vez que Eva miraba al exterior de la jaula, adivinando sus ansias de libertad. Cada gesto era un mensaje oculto que Adán comprendía que tenía una misión que cumplir.
A los dos les unía un vinculo de amor tan grande, que se entendían de maravilla con su peculiar lenguaje no verbal. Así pasan su mísera vida y cada día que pasaba se sentían morir, poco a poco, encerrados en esa odiosa cárcel.
Quiero pensar, que Adán algún día le debió prometer a Eva un paraíso fuera de esa inmunda jaula, donde encontrar un gran bosque cerca de un río, soñar y trepar juntos por el árbol más alto de la arboleda, allí entre ramas, poder saltar en árbol en árbol, disfrutando de la libertad perdida, en un mundo verde y más justo.
Y llegó el día prometido. Los dos era cómplices de una huida planificada y sin retorno. Aquel día Adán la miro de frente y Eva ni siquiera parpadeó. Sus ojos brillaron en señal de aceptación por lo que iba a suceder. Adán cogió los barrotes con sus fuertes brazos y con la rabia contenida de tantos años de esclavitud, uso su fuerza para doblegar esos barrotes que le tenían preso a él y a su amada. Adán salió primero, miró que no hubiera nadie, luego espero que Eva hiciera lo mismo, al fin libres, empezaron a correr sin mirar atrás. Los dos estaban muy nerviosos, era la primera vez después de tantos años, veían el horizonte sin ninguna barrera.
La Guardia Civil fue avisada de urgencia y una patrulla del Seprona que precisamente son funcionarios encargados de la protección de la naturaleza y de la fauna, se puso en marcha. Les buscaron con ahínco con una estratégica preconcebida, eliminar a los dos fugitivos por su gran peligrosidad. Un plan, como si se hubieran fugado dos peligrosos terroristas asesinos. No se dieron cuenta que eran dos desgraciados chimpancés que sólo buscaban lo que suelen buscar los presidiarios. La libertad. Cuando dieron con los fugitivos, no les dieron ninguna oportunidad, no se les ocurrió otra cosa que disparar, no tenían otro objetivo. Una bala asesina acabó con la vida de Eva, un disparo a más de cuarenta metros. Un asesinato en toda regla. Me pregunto… ¡Cómo se puede disparar a un ser desarmado! Acaso no había dardos tranquilizantes, una red, o simplemente quién sabe… quizás Eva se hubiera rendido con una sonrisa, unas palabras amables y ofreciéndole un manojo de plátanos. Adán que vio horrorizado como mataban a su amaba, huyó enloquecido, despavorido, roto de dolor y miedo, seguramente maldijo el comportamientos de esas personas que dicen que son humanos.
Y ocurrió lo que tenía que ocurrir, en su huida, Adán se dejo morir, para no morir de pena, pues ya la vida sin Eva no tenía sentido, tenía claro una cosa, jamás volvería a esa cárcel. Su final fue triste, lo encontraron muerto en una balsa de aguas residuales. Quiero pensar que si hay un Dios justo, ellos se merecen un paraíso celestial, lejos de los humanos, Y hoy quiero pensar que han encontrado un frondoso bosque, y encima de un gran árbol han formado un nido, un hogar donde vivir en libertad. Quiero pensar que Adán la abraza desde la copa más alta del árbol, allí donde se ve el horizonte y por las tardes los dos miran como pone el sol. Quiero pensar que ella le regala una manzana sin pecado original, y Adán muerde esa manzana sin sensación de culpa. Quiero pensar que allí son muy felices, pues al fin y al cabo han conseguido su objetivo, vivir en el paraíso eternamente, amándose mutuamente como se aman los chimpancés, sin miedo de ser expulsados de su jardín del Edén.
José López Martínez. Relato premiado en el Concurs de Sant Jordi del grupo Ressó de Granollers