Dicen que para conocer el presente, debemos remontarnos al pasado, razón por la que nos centraremos en el S. VI a. C, en la polis griega y en un peculiar tirano de la democracia ateniense, donde “sí o sí” (pues aún no se estilaba el “no es no”), las mismas estrellas, dictaminaron que el sujeto, -verdadero genio y figura hasta la sepultura-, gobernaría contra todo viento y marea, e incluso contra la misma voluntad del pueblo. Piénsese que la democracia no era plena como actualmente la entendemos, y que esos denominados tiranos,- a diferencia del peyorativo significado actual-, sería el equivalente a los actuales “jugadores de futbol”, como resultado de la fama que lograban entre el pueblo. Solían ser aristócratas, cuyos principales méritos, era arrebatar los clásicos derechos hereditarios propios y exclusivos de su casta, para entregarlos y compartirlos con la mayoría que representaban las clases populares, de donde deviene también el conocido “populismo” que vuelve a estar actualmente en máximo esplendor.
Esa sociedad se dividía en tres partidos: “conservadores” (latifundistas aristócratas); los de “la costa” (mercaderes, armadores y burgueses) y finalmente, “los de la montaña” (proletario urbano y campesinos); el mayor número de estos últimos, unido al nuevo derecho de voto, garantizaba un seguro futuro político a los aspirantes a gobernar.
Pisístrato, – dado que Atenas preventivamente, no tenía ejército en la ciudad-, haciendo uso de su legendaria astucia, “simuló ser víctima” de un intento de asesinato, por lo que logró, que la Asamblea le permitiera tener cincuenta soldados como escolta. De poco sirvieron las advertencias del filósofo y político Solón, quien ante la miopía general, espetó al pueblo: “en individual sois zorras, pero en conjunto sois ovejas”. Efectivamente, el aspirante a tirano, armó a otros cuatrocientos ciudadanos “traidores”, y se adueñó de la Acrópolis, imponiendo la dictadura, hasta que el pueblo, ya cansado de sus reiterados abusos y arbitrariedades, alineándose dos bandos políticos, logró mandarlo al ostracismo.
Poco tardó el exiliado en hacerles recordar a los atenienses, que lo suyo era puro destino “estelar”, por lo que en el año 550 a.C. volvió a presentarse con un séquito delante de las puertas de la ciudad, con “guindas de flores, flautas y liras”, quien acompañado en un carro por una mujer, -que emulaba las armas y el escudo de la diosa protectora de la ciudad, Atenea- fue recibido entre aplausos y euforia general. Mientras, soldados agazapados en la comitiva, conquistaron la ciudad, volviendo a darle por la fuerza el poder; si bien ahora, “el ingenioso obstinado” desterrado, les traía como renovado señuelo, ideas nuevas ahora progresistas, lo que no evitó que en breve, tras nuevas tropelias, lo volvieran a expulsar de la ciudad.
El ya doblemente destronado aspirante, no cejó en su empeño de gobernar esa para él Insula particular, -quien sin duda debió inspirar hasta el mismo Quijote-; curioso tirano, que a su vez, se empapó de la previa astucia de Ulises, y de las técnicas de los antiguos griegos para recrear ese nuevo “caballo de Troya” como ardid para conquistar la ciudad. De hecho, fue quien “documentó” por primera vez dichas epopeyas.
Su tercer intento fue mucho más fácil, pues dado el caos reinante, resultado de la imperfecta democracia existente, le entregaron voluntariamente el cargo, el cual ostentó diecinueve años más hasta su muerte, donde para variar, gobernó de forma inteligente e incluso liberal, sometiéndose aparentemente al Senado y a la Asamblea. A esas nuevas sorpresivas virtudes, añadió su gran oratoria, favoreciendo económicamente a todas las castas, llenando además Atenas de palacios y monumentos, tareas para las que seleccionaba, los mejores arquitectos del entonces orbe conocido; y hasta instauró los juegos deportivos.
Toda similitud con la actual realidad y personajes coetáneos, sería pura ficción, como suele decirse, donde cada uno, extraerá sus propias conclusiones del monotemático personaje.
Matizar que el tirano, tal como lo relataban, tanto Aristóteles, Platón, Maquiavelo, o Alfonso X en “ Las Partidas”, podría llegar a ostentar el poder, tanto por el uso de la fuerza, como también por elección popular, pero ejerciendo después “torticera y arbitrariamente” las potestades y leyes.
En ese claro destino estelar, para evidente mayor gloria, o desdicha de sus coetáneos y futuros gobernados, participaron entre otros, Napoleón, Churchill y Zarckozy. En estos tres casos, la precoz detección fue a través de sus respectivos profesores, resultado de una la respuesta a una simple colleja (Zarcozy) -“ he nacido para gobernar” fue la seca respuesta-; o el supuesto menosprecio a los pupilos por falta de dotes escolares (los otros dos).Posiblemente, a esta lista, habrá que sumarle alguna otra figura, aunque no esté a la altura de estos estadistas elegidos para la gloria del ordeno y mando, o de aquella otra democracia moderna que practicaba “Juan Palomo”, el de yo me lo guiso y yo …
José Manuel Gómez