César Alcalá

Jordi Pujol acaba de publicar su último libro de memorias y una entrevista. De ella se extraen tres conceptos. Que no es corrupto. Que no es independentista. Y que se debe volver al Estatut de 2006.

Sobre el tema de la corrupción habría mucho que hablar, a pesar de que él niegue cualquier vinculación con ella. Es más, se exculpa él y no a sus hijos. Sobre el particular tendríamos que viajar en el tiempo y hablar de Banca Catalana y de El Correo Catalán.

El futuro president de la Generalidad tenía muy claro dos temas. Si quería llegar a la presidencia necesitaba un banco y un diario. Se hizo con la cabecera de El Correo Catalán -periódico decano y voz del Tradicionalismo catalán- para cerrarlo y fundar un nuevo llamado Avui. El banco ya lo tenía familiarmente. Era la Banca Catalana. Recordemos que esta banca fue intervenida por el Banco de España y el Fondo de Garantías de Depósitos. En 1987 fue adquirida por el Banco de Vizcaya de Pedro Toledo y para tapar el profundo agujero económico se nombró a Alfredo Sáez Abad. Recordemos que Sáez después de arreglar Banca Catalana hizo lo mismo con Banesto. Mario conde fue juzgado y condenado. Pujol tuvo a Felipe González como salvador y el tema quedó olvidado. De aquel expolio es la cuenta andorrana del avi Florenci.

Aquella corrupción de Banca Catalana la podríamos unir a otro caso como el del Palau de la Música Catalana, vinculado con el 3%. Un impuesto “patriótico” en la que ganaron y perdieron dinero la burguesía catalana vinculada a Convergència. Con lo cual, que Pujol diga “no soy corrupto” es una hipocresía más de este personaje.

Jordi Pujol, ex-presidente de la Generalitat

Pujol ha declarado en la entrevista que él no es independentista. Asegura que su objetivo era “la pervivencia de la nación”. Por eso se desentiende del procés. Él aboga por el fortalecimiento de la identidad catalana, pero siempre aportando estabilidad a España.

Pujol no deja de pensar igual que Valentí Almirall en 1879: “España se ha ido empequeñeciendo desde que las circunstancias hicieron que la raza menos pensadora y menos ilustrada de la Península fuera la que dominara; iremos de mal en peor hasta tanto que por un medio o por otro logremos que el grupo pirenaico de España tenga en las cosas públicas tanta influencia, por lo nuevo, como el grupo Central o de Mediodía. Creo firmemente que, el elemento de población que hoy representa Cataluña es el único que puede cambiar la marcha desastrosa de la política española”.

Por eso no miente cuando dice que no es independentista, sino nacionalista. Pues bebe del pensamiento de Almirall y otros políticos catalanes del siglo XIX, los cuales no querían separarse de España. Todo lo contrario. Se ofrecían a colaborar con “los españoles” para salvarlos y, con su ayuda, hacer progresar España. Este pensamiento Pujol lo llevó a cabo durante 24 años, siendo el aliado político de Adolfo Suárez, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero. Artur Mas se equivocó de estrategia al no aliarse con Mariano Rajoy.

Afirma que “ahora Cataluña es una casa desordenada, y con peligro de ser hipotecada en malas condiciones… es necesario que el Estado Mayor ordene reagruparse, cerrar filas. No una retirada general, pero sí quizás abandonar alguna posición muy avanzada… debemos estar abiertos a fórmulas no independentistas que, seriamente y con garantías, aseguren la identidad, y el desarrollo social, económico e institucional”.

Ante este acto de realismo concluye que Cataluña “no tiene a su alcance conseguir la independencia”. Él tampoco la tuvo, ni la quiso. Porque, como hemos dicho, era nacionalista catalán, no independentista. Y este hecho marcó los 24 años que estuvo al frente de la Generalitat. Pujol sabia jugar bien sus cartas. El problema es que sus herederos o heredero, no aprendieron nada de él.

Se cuenta que Artur Mas, en 2012, fue a ver a Rajoy y le pidió el mismo pacto fiscal que el del País Vasco. Un hecho que no se lo podía dar. Y no porque estuviera Rajoy en contra de Cataluña, sino porque es injusto a nivel nacional y la Unión Europea no se lo hubiera permitido. Entre esta negativa y el Estatut de Rodríguez Zapatero, se lio el tema y hoy nos encontramos así gracias a aquello.

Ahora bien, cuando en su momento, en la Transición, se le ofreció a Pujol el mismo pacto fiscal que el del País Vasco, lo rechazó. Él estaba por otras historias. Quería una estructura de “país” y poco le importaba el dinero, pues este ya llegaría. Cuando tuvo la oportunidad la perdió. El movimiento de Mas era baldío y sabía perfectamente que no lo conseguiría. Con lo cual fue a provocar, sin ninguna pretensión de diálogo y negociación.

La frase clave de toda la entrevista es cuando afirma que “la opinión que se pueda tener de mi está manchada, pero más de cuarenta años de contribución al desarrollo de Cataluña como nación, como sociedad, como economía, como proyecto colectivo no pueden ser simplemente despreciados”. Pujol se sigue considerando el arquitecto de la Cataluña actual. Un Churchill, un Adenauer, un De Gaulle. Y a diferencia de estos, su figura se ha visto perturbada y marginada por la corrupción. Pujol quiere recuperar su lugar en la historia de Cataluña. Por eso pide perdón y asume sus errores como si de una penitencia se tratara.

En definitiva, Pujol no quiere morir y pasar al olvido de la historia. Quiere ser recordado como el impulsor de la actual Cataluña. Como el artífice de todo lo bueno que hay. También se aparta de batallas ideológicas, anteponiendo su nacionalismo a lo que dicen sus herederos de Junts per Catalunya. Él es el eje central, el líder espiritual del nacionalismo catalán. Por eso no entiende que por un asunto vinculado con su familia, se le haya apartado. En su análisis se olvida que, a lo largo de una vida se acierta y se hierra. Y en la de Pujol los errores se pagan muy caros. No es un ajuste de cuentas contra Pujol, es que asuma su responsabilidad moral sobre lo que hizo él y su familia. Esa es la realidad.

César Alcalá