Pere Viaplana era un hombre de leyenda, la frase no es mía sino que me la dijo Joan Viñallonga More, mi mejor amigo de Granollers, hace unos años, siempre lo hemos respetado porque era educado y elegante de la vieja escuela, y buena persona, confiaba en mi, y yo en él. Tenía genio y figura hasta la sepultura. Fue mi padre de adopción, me lo dijo su hija cuando se jubiló de la Revista al cumplir ochenta años en una cena de Navidad en 2000. Murió en Cadaqués el día que nací…
En 1937 pasó al bando nacional en el frente de Aragón con diecisiete años. No era franquista pero no podía luchar con los republicanos porque habían matado a su tío barbero. ¿Por qué? Porque: se opuso a que la CNT colectivizara su negocio. A la madrugada siguiente le hicieron el paseíllo sacándolo de casa frente a su familia. Le ataron con las cuerdas como los indios. Lo arrastraron cara al suelo y los anarquistas tuvieron el detalle de no enseñarlo a la mujer ni a sus hijos sino a Pere. El tiro de gracia fue en la nuca. El sobrino lo reconoció por la ropa, estaba desfigurado, por eso se pasó una noche al enemigo. En la noche la oscuridad lo protegía, era de la quinta del biberón.
El peligro estaba en los nacionales y el grito de salvoconducto era ¡ARRIBA ESPAÑA! para que no lo matarán, pasó con otro compañero. Pere era el hijo del chófer del industrial Torras que había huido a una masía de Cànoves y Samalús disfrazado de payés, en agosto de 1936 se exilió en barco hacia Marsella, como Josep Pla. Cuando los nacionales entraron en Irún todos los empresarios catalanes que habían huido a Francia, unos cuarenta entre industriales, propietarios, jueces, abogados. Cerca de cuarenta personas fueron asesinadas por Dios y por España (curas, industriales, propietarios, profesiones liberales y un humilde barbero…)
Cuando a Viaplana le dieron quince días de permiso se fue a San Sebastián donde residían una pequeña parte de catalanes de Granollers, estaban seis desayunando entre ellos el jefe de su padre el industrial señor Torras. Los empresarios lo abrazaron porque el hijo del chófer era legionario. Tras los abrazos los empresarios criticaron a los nacionales porque estaban impacientes para volver a sus fábricas que habían sido expropiadas.
Viaplana era un joven de dieciocho años con mucho carácter les criticó porque había visto morir a cientos de legionarios. Él se salvó porque tenía un ángel protector. Su trabajo en la batalla era suministrar balas a una metralleta. Salió para buscar balas y cuando volvió vio que un bomba había matado a todos sus compañeros. Lo explicó a los empresarios cabreado y callaron porque habían ofendido la muerte de sus compañeros.
Roberto Giménez