César Alcalá

La presunción de superioridad presupone que los demás somos tontos. Así ha actuado una parte destacada de la antigua Convergència, sobre todo los pertenecientes a aquellas familias de la burguesía catalana, que siempre han creído que esta tierra es suya. Ellos están marcados por un “no sé qué” diferenciador. Y esto les provoca un racismo ligado en su ADN. Buena prueba de ello es lo que se está descubriendo de David Madí Cendrós.

Vinculado desde su juventud a Convergència, su carrera empresarial es gracias a los contactos, pues nunca acabó Administración y Dirección de Empresas. No lo necesitaba, el formaba parte de un núcleo privilegiado. Después de conseguir que su amigo Artur Mas fuera nombrado presidente de la Generalitat -a la tercera va la vencida- dejó la política para dedicarse a los negocios. ¿Qué negocios? Asesor de empresas y conseguidor de negocios. Sólo tenía que descolgar el teléfono y ponerse en contacto con la red de políticos vinculados a Convergència para conseguir lo que quería. O colocar a independentistas como Joan Puigcercós o Cinta Pascual, para que le facilitaran los contratos con ayuntamientos gobernados por ERC. Así el círculo quedaba cerrado.

Ahora el juez Joaquín Aguirre ha abierto el melón de la Operación Vólkhov. Y hemos sabido lo que Madí piensa de algunas personas. Su personal racismo de los que no forman parte de su ADN. Si desprecio forma parte de un pensamiento que todos estos sienten en privado, pero que uno lo intuye, porque no lo pueden disimular públicamente. A Torra lo claifica de “subnormal político profundo”, de Junqueras que “tiene un punto de desequilibrio”, y de Bonvehí que es “un trozo de carne que es un auténtico subnormal”. Pero lo más interesante es esta frase, porque es la auténtica verdad del procés. Afirma Madí que “nadie tiene ni puñetera idea de cómo hemos de materializar la independencia”. Y lo bueno es que siguen igual. Se pudieron en contacto con Putin, con Assange, tenían a una parte de la Unión Europea a favor, tenían el poder en sus manos y lo único que consiguieron es lo que todos conocemos, nada.

David Madí es digno sucesor de su abuelo. Un personaje que se hizo rico durante la II República, aguantó la guerra civil y expandió su negocio durante el franquismo. Sin embargo, ahora se avergüenzan cuando se les dice que ellos solo tienen un ideal: la pela. Y les importa muy poco quien está al frente del gobierno de España. Ellos quieren hacer “su negocio”. Ellos, como Umbral, sólo hablan de su negocio y lo demás no les importa. Y buena prueba de ellos es que Madí ha intentado hacer negocio con el Covid.

¿Quién fue el abuelo de David Madí? Hablar de él es hacerlo de Ómnium Cultural. Esta organización cultural fundada el 11 de julio de 1961, para promocionar la lengua y la cultura catalana, fue creada por Luis Carulla -fundador de Gallina Blanca-, Félix Millet -vinculado al Orfeó Català y al Banco Popular-, Joan Vallvé -gerente de Metales y Platerías Ribera, dedicada a acuñar la peseta-, Pau Riera -propietario de Tecla Sala, fábrica textil-, y Joan Baptista Cendrós -socio de Haugón Centifical SA, que fabricaba el masaje Floïd y otros productos vinculados con la higiene masculina-. Todos ellos miembros de esa burguesía catalana que, como decíamos antes, siempre se han pensado que esta tierra es suya y pueden hacer y deshacer a su antojo.

Estos cinco socios fundadores se enriquecieron con el franquismo, pero sentían que Cataluña nunca había formado parte de España. Ahora bien, para hacer negocios sí que les servía. Dos curiosidades. Félix Millet luchó en el bando franquista durante la guerra civil, después de haber huido de Cataluña por miedo a que ERC lo fusilara. Joan Baptista Cendrós era amigo de Dionisio Ridruejo. Ómnium Cultural nació como una entidad revolucionaria de oposición a la dictadura franquista, mientras que con ella seguían haciendo negocios. Es lo que decíamos “la pela es la pela”. El primer presidente de Ómnium Cultural fue Cendrós. En una comida llegó a afirmar: “Yo soy un fascista catalán, yo soy un nazi catalán, y no acepto nada de España y pienso que todo lo que se haga para matar a los castellanos es bueno”. El nieto ha heredado este “buen carácter” del abuelo y su racismo. Cendrós era un personaje políticamente muy incorrecto. Esta lapidaria y racista frase la dijo en 1966. Quería acabar con, según él, un fascista y odiaba España. En su discurso se autoproclama fascista -aquello que odiaba de Franco- y estaba dispuesto a matar a los castellanos -a aquellos que utilizaban su masaje Floïd y que lo hicieron rico-. Pero no acaba aquí la cosa. En una cena con el president Josep Tarradellas, este le pidió que cerrara la embajada que Ómnium había abierto en París. Cendrós, ni corto ni perezoso, le contestó: “Mire, president, os lo diré de una manera bien catalana. El piso lo hemos abierto porque a mí me ha salido de los cojones y lo cerraremos cuando a mí me salga de los cojones”. De tal palo, tal astilla.

César Alcalá