Si hay un político internacional que me da más grima es ese tipejo sacado de una película de terror merecedor del primer premio en el Festival de Sitges, llamado Donald Trump. A nivel nacional tengo dos o más, uno en Madrid, otro fugado y otros en Barcelona, pero si en una cosa coincido con él es en el miedo chino, no a las personas chinas que son como todas, hay más personas buenas sino a su Estado comunista, el comunismo nunca me gustado como a casi nadie le gusta.
La experiencia de Mao fue tan terrible como la soviética de Stalin. Mao mató a cinco millones de paisanos, y otros cincuenta millones estuvieron en campos de concentración para curarles del pecado original de ser burgués. Si eras universitario y no estabas afiliado al PC eres una amenaza para la seguridad del Estado
‘El libro rojo de Mao’ era el evangelio chino, de la Revolución Cultural de los años 60, diez años después del ‘Salto Adelante’. No hay peor doctrina política que el comunismo y el nazismo, el siglo XX se lleva la palma porque ha sembrado la semilla del mal…
Los servicios de inteligencia occidentales saben que el peligro del Estado chino es la amenaza mundial desde el punto de vista económico (los yihadistas son los bárbaros contemporáneos), en esto coincido con el impresentable presidente estadounidense que quiera Dios que el día tres de noviembre el mundo los americanos se lo quiten de encima…
Lo único bueno que tiene ese Estado totalitario que se basa en la meritocracia el gobierno de los mejores porque el congreso del partido comunista chino hay que ser del partido y sacar la máxima puntuación en su carrera universitaria, da igual los estudios, tienes que ser el mejor, se trata de tecnócratas comunistas, por eso el peligro es de color amarillo…
Las inversiones chinas en Occidente no son de inversores privados sino del Estado chino que se extiende como una telaraña mundial por eso de su peligro. Legalmente los inversores son privados, los chinos sólo tienen noventa y nueve apellidos, pero esos nombres son testaferros del Estado chino.
Observen que cada cierto tiempo las caras cambian, no nos damos cuentan, pero todos son empleados chinos que tienen una misión concreta: conquistar el mundo. Es un mundo muy cerrado. No soy ningún paranoico.
Roberto Giménez