Tengo la suerte de tener bastantes amigos, los años los acumulan. Cientos de lectores, incluso miles, saben que tengo un carácter sociable con devoción por el valor de la lealtad.
Como no soy sectario, todos son distintas ideologías, de izquierdas y derechas, independentistas y constitucionalistas, y hasta de VOX, excepto de la CUP y los batasunos que no soporto…
Cuando me casé en 1983 celebré no una sino tres despedidas de soltero: con mis amigos de CAFÉ, de mi cuerda política, que cada cuarenta y cinco vamos a cenar (y volveremos cuando acabe la confinación que mantengo en casa de hace más de siete años, y no me ha cambiado el carácter), con los compañeros del Banco Condal de la plaza Pau Casals de Granollers, que me trataban como un expósito porque mi familia vivía en Lleida, y la cuadrilla de SEMPRE de la TERRA FERMA.
En la mili formé en Valencia otra cuadrilla de LA GARDUÑA, de toda España que vino a la boda.
También tengo una colla de amigos de Calafell donde veranemos desde principios de los 90. Los de Calafell me lo han oído muchas veces ésta metáfora: la generación de nuestros padres, los niños de guerra civil, fue de hierro (ellos más de martillo, ellas más de yunque, en casa afortunadamente, no…), mi generación de finales de los 50, era de fil ferro, y nuestros hijos son de pastelina, toda generalización es falsa, hay excepciones a ésta regla general, y nuestros de nata. Babean los abuelos. Nosotros aún no tenemos aunque ya tenemos una edad de merecer…
Pero en este ‘puto virus’ violento y cobarde, como se sabe, se ha cebado sobre los mayores, los niños de la guerra, que caen como en los años 40 con la tuberculosis en la España del hambre.
Dantes morían acompañados de negro rodeado de toda la familia, en este puto 2020 otoñal mueren solos, sin campanas de luto…
Roberto Giménez