Roberto Giménez

El viernes fui a cenar con mis amigos de CAFÉ por primera vez, desde hacía dos meses, al restaurant Naguabo en el centro de Granollers, en la zona peatonal. Lo pasamos tan bien como siempre. Volví a casa de noche templada a esa hora, a la 1´30, estaba disfrazada de final de mayo. No teníamos prisa por volver el frío se ha ido de vacaciones.

No hay mes que me guste más que mayo porque la vida, igual que las flores, renace…

Hablamos como todas las cenas de CAFÉ de política y de más cosas, de Historia y Cultura.  De todo menos de mujeres. ¿ Que es raro en seis hombres casados? ¡Somos bichos raros! Apenas hablamos de futbol. Lo dicho, somos unos bichos raros…

Hice de cicerone. Sólo hable dos minutos sobre mi situación personal que, lógicamente, interesó veía la alegría reflejada en sus caras. Cuatro de ellos me habían visitado en el Institut Guttmman de Badalona.

 Por supuesto, a todos les gustó que diera buenas nuevas porque es lo que diferencia a los  amigos de los saludados…

De las elecciones  generales hablamos poco; no todos tenemos la misma sensibilidad política. Coincidimos en que somos constitucionalistas; mis amigos separatistas se sentirían ET en nuestro planeta CAFÉ… 

Decía que hice de Cicerone porque conozco, junto al granollerense Joan Viñallonga, hemos tenido a buenos maestros de la Vila Oberta que acoge bien a todos los forasteros digo tres que, desgraciadamente, ya no me pueden escuchar: Pere Viaplana, Francisco Llobet y José Antonio Cabrera, pesos pesado  de la Granollers del siglo pasado porque han estado en la cocina política local. Con los tres he aprendido lo que no está escrito. Me han doctorado de la Historia contemporánea que me permite ser un hijo adoptivo de esta ciudad. He vivido la vida  a través del periodismo…

Muy pocos hijos de la ciudad saben  que en un espacio del Naguabo se conserva una amplia sala comedor que durante la guerra fue una celda de los que un julio del 36 ingresaron y fueron fusilados, y tres años después les pasó a los republicanos por eso mi padre decía que en una guerra  civil no había buenos ni malos, sino envidias y odios.

El detalle de los propietarios, la familia Arimany, es que han mantenido la  celda como  en el 36 con sus puertas de hierro con la cerradura original y dos ventanas con barrotes de la Santa Inquisición