César Alcalá

Desde que se ha puesto en marcha el proceso al procés, se ha puesto en marcha una campaña paralela protagonizada por incombustible Carles Puigdemont. Este personaje es el gran perdedor mediático del juicio. Mientras lo otros -aunque no tomen la palabra- salen por televisión y tienen su segundo de gloria, Puigdemont y los de Waterloo han quedado eclipsados por los encausados. Y, esto no puede permitirlo.

En los últimos días ha dado un premio en Berlín -devuelto por los ganadores la sentirse traicionados por la organización-, una conferencia a la que asistieron una veintena de personas, y amenazaba con ir a la Eurocámara -aunque Trajani le ha cortado las alas-. Todo esto lo hace para no quedar en la sombra de Junqueras y de los otros encausados. De quedarse en Waterloo pasaría al olvido, como está ocurriendo con los otros fugados que no merecen ni una línea en los periódicos nacionales y menos en los comarcales o locales. En breve los suyos se olvidarán de ellos.

La figura de Puigdemont nos recuerda la de otros personajes abducidos por un ser que nunca han sido. Dicho de otra manera, que han tomado la personalidad de alguien que, si bien existió, no recae en su persona. El gran papel de Puigdemont -por el que quiere ser ya no sólo recordado, sino sobrevivir el resto de su vida- es el de presidente de la Generalitat en el exilio. No diremos a imagen y semejanza de Josep Irla y Josep Tarradellas, pues seria menospreciar a estas dos figuras del exilio catalán.

Este cargo honorífico y honorario que quiere asumir Puigdemont esta marcado por un halo de mitología, inconsistente con la realidad actual de Cataluña. Sobrevivir a toda causa y por encima de todo. Hacer de la mentira una verdad incontestable, para mantener inquebrantable un argumentario frágil y quebradizo. Este problema psicológico no es nuevo. Otros personajes, a lo largo de la historia reciente, han asumido personalidades más de cómic que de realidad. Veamos.

Pierre de la Motte-Maseené. Este personaje que consideraba que era heredero el trono de Navarra, al ser descendiente de Catalina de Foix y Juan de Albret. Estaba casado con Germaine Koenig y, entre los muchos títulos y distinciones era: Caballero de la Orden del Croisant, que debe estar rica, pero no existe. Hay que reconocer que era un personaje simpático.

Jorge Carlos Comnemo. Este personaje surgió en la década de los 50 del siglo pasado. En un momento que se espera que Franco escogiera heredero al trono de España. Se presentó como hijo bastardo del pretendiente carlista Carlos VII y una larga lista de títulos nobiliarios.

Boris Skósyrev. Aventurero ruso que fue proclamado rey de Andorra por su Parlamento. El cargo lo ostento del 8 al 21 de julio de 1934. Un grupo de guardia civiles dieron por finalizada aquella aventura, sin resistencia por parte de los andorranos.

Anna Anderson. Personaje que afirmó ser la Gran Duquesa Anastasia, hija del zar Nicolás II y que, según la leyenda, consiguió sobrevivir al fusilamiento que sufrieron los Romanov durante a revolución rusa.

Todos ellos y ella quisieron ser lo que nunca habían sido o tuvieron unas pretensiones imposibles de conseguir. Lo mismo le pasa a Puigdemont. No es el presidente en el exilio de la república catalana. Es más, este axioma nunca ha existido, sólo su mente y la de aquellos que lo mantienen en su trono dorado de Waterloo.

La gira de Puigdemont podría titularse “no me olviden”. Porque es un lucha contra el tiempo y un olvido que más tarde o temprano se producirá. Imagínense que gane unas posibles elecciones ERC. Puigdemont, teniendo en cuenta la traición a Junqueras, es pasado y olvido. Por eso la gira y, por eso, el grito desesperado: “no me olviden”.