César Alcalá

El reloj se ha puesto en marcha. Se ha desbloqueado algo que parecía imposible. La fallida investidura de Jordi Turull ha servido para que sepamos hacia dónde vamos. Y vamos hacia unas nuevas elecciones. Va a ser complicado que esto no pase. Y más teniendo en cuenta que las CUP han enterrado el procés.

Turull se presentó como un buen chico. Nada de independencia. Todo autonomía y ley. Un discurso que no se creía ni Turull, ni JxCat, ni ERC. Pero, claro, el juez Llarena estaba escuchando el discurso y no era cuestión de enfadar al juez. Sin embargo, a pesar de no decir nada, los gestos hablaban mucho. Se demostró claramente que estaban haciendo teatro. Que aquello era una pantomima. Que se eligió a Turull porque pasaba por ahí. Todo el mundo sabía que no serviría y que no saldría. Pero tienen que hacer alguna cosa para que nadie les critique de parálisis.

Ahora bien, en su discurso Turull habló de ser el presidente de todos los catalanes, que él siempre había sido independentista. En ningún momento habló de CDC. Él que se hizo hombre ahí prefirió no nombrarla. Turull quería ser presidente de todos los catalanes. Ahí mintió. Una persona que se presenta ante una cámara con un lacito en la solapa no representa a todos los catalanes. Lo mismo hay que decir de Roger Torrent. Ambos representan a una parte de Cataluña. La suya, no la de todos.

Se le llenó la boca explicando que había un mandato democrático. Que todos los catalanes habían decidido esto o aquello. Como siempre habló de “toda Cataluña” obviando aquellos que no los votaron. Porque aquellos que no están a favor del procés no cuentan para ellos. No existen. Turull habló para sus catalanes, no para todos los catalanes. Este sectarismo quedo patente con sus palabras, con sus formas y con el lacito de la solapa.

Terminado el pleno continuó el teatro. Dolors Bassa, Carme Forcadell y Marta Rovira dejaron su acta. Quisieron poner la guinda a un patético acto de reafirmación independista. Y digo patético porque ni ellos se lo creían. Tienen que hacer estas cosas porque hay que darles algo a sus votantes. No pueden quedarse con las manos cruzadas, aunque lo desean. Y con la marcha de las tres diputadas de ERC se cierra un ciclo que empezó a entrar en decadencia desde la aplicación del 155.

Las CUP marcaron la línea. Le han dicho adiós al procés. Y es lógico. Lo que ayer oyeron no es lo que querían. Las CUP han marcado la política catalana si comprometerse en nada. Ellos han estado ahí, pero ninguno de ellos ha firmado nada que puede ser utilizado en su contra. Los otros se han llevado todos los palos y las CUP han salido indemnes. Y en la investidura de Turull volvieron a marcar la diferencia. El procés lo cerraron al abstenerse y no investir al candidato independentista. Podían haberlo votada si el discurso no hubiera sido autonomista. Las CUP quiere oír hablar de república y esto no ocurrió.

Con las dimisiones y las decisiones del juez Llarena la investidura se difumina. Con toda probabilidad no se convocará el segundo pleno. No hay tiempo para sustituir a las 3 dimitidas y tampoco si se inhabilita al resto de diputados que comparecerán ante Llarena. Que no habrá pleno quedó muy claro en el momento de presentarse las dimisiones.

El pleno de Turull ha sido un nuevo fracaso del independentismo. Cada día está más obsoleto. Aquello que muchos decían en privado -que el procés era imposible- se está demostrando día a día. A cada hora que pasa está más finiquitado. Y lo peor es que no saben cómo salir de él. Les interesa el 155 -aunque renieguen de el- y han hecho correr el reloj porque la peor de las soluciones son unas nuevas elecciones.

Con unas nuevas elecciones algunos se sacarán lastre. Habrá muchas caras nuevas y se iniciará una nueva etapa sin el fantasma del procés. Hay que pasar página y esta solo pasa por unas nuevas elecciones en julio. La paralización política y económica catalana está agravando muchas cosas. Turull ha sido la víctima útil para desbloquear una situación demasiado enquistada.

César Alcalá