César Alcalá

El primer pleno de la nueva legislatura catalana ha sido esto: postureo. Y me centro en esta palabra para no decir: “una vergüenza”. Han vuelto a las andadas. Han dicho mu has cosas delante de los tribunales y todo era mentira.

Han reconocido simbólicamente a Puigdemont

La CUP ha aceptado retirar de la propuesta de resolución una mención expresa a la DUI del 27 de octubre.

El texto aprobado exige materializar la voluntad democrática expresada en el referéndum de autodeterminación del 1-O.

La mayoría independentista ha rechazado las propuestas del PSC y PP para que corra el reloj de los dos meses para la investidura.

¿No les suena? Esta canción ya la hemos oído. Ahora sólo han cambiado la letra. No han aprendido nada. Su único empeño es volver sobre sus propias pisadas y continuar con la historia ya contada de la independencia.

Están obsesionados en recuperar una normalidad que no pasará. Esa normalidad, vivir sin el 155 -que es poco efectivo y muy blando- no ocurrirá mientras sigan en sus trece. Tampoco si la Mesa del Parlament sigue provocando a la justicia.

Escuchar el peno es un acto de valor, se debe reconocer. Aburrido y cargado de soberbia. Parece como si no hubiera ocurrido nada. No se han olvidado de los que no estaban, pero los que sí han participado, se les ha llenado la boca de una infantil soberbia y superioridad. Esta se ha podido ver en Turull, Rull, Rovira, y en algunos otros que han olvidado muy catalán: “qui la fa la paga”.

Lo más sorprendente ha sido las intervenciones de Quim Torra y Marta Rovira. El primero ha sido un vividor desde hace años. Desde que empezó a ganarse la vida -después de ser despedido- en la editorial “A contra vent”. Luego pasó por el Ateneu i diferentes cargos para sobrevivir. Es el prototipo de aquellos que han vivido muy bien del procés. Y Torra no es el único. Por eso deben mantenerlo vivo. Saben que hace mucho frío cuando uno se queda fuera de juego.

Lo peor de las intervenciones de Torra y Rovira era el odio que salía de sus bocas. Han dejado la soberbia a un lado y miraban con rabia a aquellos que estaban ahí y pensaban de manera diferente. No entendían qué hacían allí. Tampoco porque tienen que presentarse a una elecciones. Y lo peor, cómo pueden pensar que el procés es una mala opción. Y todo esto con rabia e ira.

Ellos son los primeros en reconocer que todo aquello es una locura, pero como es su locura y viven bien de ella, tienen que regar muy bien su cortijo. A este entran pocos. Ahora incluyen o quieren incluir a aquellos que han huido, por cobardes, a Bélgica y Suiza. Tambiñen tienen que vivir del procés, ¡qué menos!

De momento un pleno hoy de trámite. Si no se hubiera hecho no pasaba nada. Lo aprobado ya sabíamos que lo harían o de una forma o de otra. Le han querido dar una legalidad, de cara a la galería, que poco les importa. Han decidido hacerlo para callar a aquellos que protestan. Pero no porque les importe, sino para hacer algo. Son demasiados días con los brazos cruzados y sin dar un palo al agua.

Eso sí, para su audiencia han vuelto a repetir que están perseguidos, que el gobierno español es muy poco democrático, que ellos son pacíficos, que son tolerantes, que quieren dialogar… la misma matraca de siempre para darles oxigeno y euforia a todos aquellos que aún no se han dado cuenta de la realidad.

En definitiva, seguimos en la casilla de salida. Les importa muy poco el futuro de Cataluña. Este pasa por distribuirse cargos en todos los entes. Colocar a los amigos y a los “patriotas” y, cuando sea el momento, tendremos presidente. Ni antes ni después. Y 4 años más a chupar del bote y hundiendo Cataluña. Es una pena, pero tenemos lo que nos merecemos. Todos aquellos que los votaron nos han llevado hasta aquí. Y, quisiera equivocarme, no se marcharan tan fácilmente. Vivir fuera del procés es complicado. Vivir del procés es su máxima. Postureo y vergüenza. Vergüenza y postureo. Eso es todo.

César Alcalá