El día de Sant Esteve estuve comiendo con un familiar que sirve cuatro días a la semana, desde hace casi veinte años, a un parlamentario nacionalista que había sido presidente de OMNIUM CULTURAL, y director del Instituto de Lleida. Hace cuarenta años se llamaba INEM masculino (Instituto Nacional de Enseñanza Media), donde estudié los seis años del antiguo Bachillerato y el COU nocturno, cuando empecé a trabajar de botones en el Banco Condal de los porches bajos de la calle Mayor.
Tanto el político como su mujer, también profesora de un colegio religioso concertado, son excelentes personas, educadas y afables. No porque lo diga su empleada, sino porque los conocí en una boda. Los paganos quisieron que me sentara con ellos, ya que como no conocían a casi nadie de la boda pensaron que conmigo iban a tener conversación, la tuvimos. Esa boda fue en el 2005, y entonces no estaba en política. Sabía que eran nacionalistas de CDC, pero no mente sobre ideología. Que no sólo de política y de fútbol pueden hablar los hombres.
No sabía que había dado el salto a la política en las elecciones de setiembre de 2015. Lo supe cuando lo vi, junto a Mas, por televisión, y me sorprendió verlo a su derecha. Durante la legislatura acabada estaba sentado en la segunda fila detrás del Govern.
El familiar que les va a servir, como se decía antes, me contó una interesante conversación que tuvo con el señor que llevaba el lazo amarillo en la solapa de su americana. Ella no vota nacionalista. Las chicas que van a servir normalmente no votan nacionalista aunque tenga, como tiene, ocho apellidos catalanes…
En la confianza de una vieja relación contractual, y ya de amistad, le dijo que se habían pasado de frenada y que ahora estaban pagando las consecuencias: la aplicación del artículo 155, el auto exilio en Bruselas, y la prisión en Estremera por haberse pasado las leyes por la entrepiernas, y el diputado le confesó que habían puesto la pata hasta el corvejón y que todos, salvo la CUP, habían aprendido esta dura lección: que con las leyes no se puede jugar, y que gente de la CUP no se puede ir ni de vinos.
Pero no sólo la CUP les habían llevado al despeñadero sino que los ‘pacíficos’ Jordis habían colaborado en llevarles al precipicio; pero que nadie podía reconocer explícitamente lo que todos sabemos: que fue una aventura política de adolescentes impropia de un partido que lleva gobernando Catalunya desde 1980.
No digo su nombre porque no quiero que mi confidente, que todos los días lee mis artículos, se sienta ofendida porque haya revelado su nombre en una conversación privada. No puedo evitar saber y callar cosas interesantes…
Roberto Giménez