César Alcalá

El desaparecido Fiscal General de Estado, José Manuel Maza, comentaba que lo de Cataluña no era judicialización de la política. Que se había cometido un delito. Y esta afirmación ha calado de manera diferente en la sociedad catalana. Aún hay personas que no comprenden porqué ciertos personajes están en la cárcel. Otros que es una persecución de ideas. Y los pocos asumen lo ocurrido. Estos últimos son más de lo públicamente se expresa. La realidad es que en Cataluña no se puede hablar con libertad de ciertos temas porque, inmediatamente, te empiezan a colocar una innumerable cantidad de calificativos soeces. Decir que ni los Jordis ni los consellers son presos políticos está condenado. Si no te manifiestas a favor de su liberación, también. Todo gira en torno a ellos. Como decía Maza, estos señores sabían perfectamente que se estaban saltando la ley y, en un país democrático, uno paga por sus errores.

Ahora todos están muy revolucionados con manifestaciones. Cada semana hay una para pedir por los Jordis, por los consellers, o por los cobardes que huyeron al extranjero. Y esto sólo es el principio. Los primeros están en prisión preventiva. En breve pueden salir a la calle. Los de Bruselas ingresaran directamente en ella y, al ser prófugos de la justicia, veo muy difícil que salgan antes del juicio. Hablando de esto, fuentes bien informadas comentan que el juicio se llevará a cabo antes del verano y que en octubre o noviembre del 2018 habrá sentencia. Que nadie se rasgue las vestiduras: serán condenados a penas de cárcel. Si ahora protestan por estas encarcelaciones, no quiero ni pensar lo que pueden hacer cuando la sentencia sea firme y todos estos personajes de la política catalana, que se saltaron las leyes, sean condenados.

Quizás no pase nada y, muy probablemente algunos ya se están frotando las manos. Sobre todo dentro del PDeCat. Algunos de sus responsables están comentando públicamente que la “lista del president” es la mejor que se podía haber hecho. En privado reniegan de ella. Todos estos nuevos dirigentes tienen ganas de coger la escoba -como Los Sirex-y limpiar la antigua Convergencia. En el otoño del 2018 la política catalana cambiará de caras, porque muchas de ellas quedarán inhabilitadas de cargo público. Espero que se acaben las manifestaciones a favor de unos golpistas, porque ya cansan con esa matraca.

Después tenemos el avance inexorable de aquellos que quieren tomar posiciones de cara al 21-D. El caso más paradigmático es el de Marta Rovira. Con sus declaraciones, similares a las del libro de Blasco Ibáñez “Sangre y Arena” ha querido ver una nueva conspiración de España contra Cataluña. Lo único bueno que tiene Rovira es su radicalismo. Pero esto no es hacer política. Un radical o un telonero va muy bien para calentar los ánimos, pero no como presidente de la Generalitat. Y Rovira es el peor candidato que ERC podía haber presentado a estas elecciones. Con ella el triunfo electoral se diluirá. No por ser mujer, sino por su extremismo verbal.

Y esto se está poniendo de manifiesto en las últimas encuestas publicadas. Si hace un par o tres de semanas los unionistas le sacaban un escaño a los constitucionalistas, en las últimas estos últimos ya les sacan 8. Y lo más significativo, el Junts per Catalunya asciende y vuelve a posicionarse como fuerza. Aquellos que predijeron su desaparición, vistas las encuestas, se equivocaron. Con lo cual, teniendo en cuenta el antiguo panorama político catalán -Junts pel Si y CUP- no tendrían la mayoría absoluta. Esto es bueno. Porque en votos nunca la tuvieron y, ahora, tampoco en escaños.

Ahora viene un tiempo de retirada de símbolos y autocrítica. Nada de lo pasado sucedió y empezaremos de nuevo. Que nadie se engañe. Esta retirada es puro teatro. Ellos siguen pensando igual y nada ni nadie los hará cambiar. Abjuran con la boca pequeña y con la mano cruzan los dedos. Para que desaparezca un poco el radicalismo pedirán guardar banderas y slogans políticamente incorrectos a la espera de momentos más favorables. Por eso la sociedad no debe bajar la guardia ni ablandarse ante estos personajes que sólo buscan una cosa: romper España.

La realidad es muy tozuda. Por mucho que uno se empeñe en llevarle la contraria, esta sobresale. Muchos catalanes de buena fe han deseado obtener o encontrar El Dorado. Aquel mítico reino donde todo era perfecto, espectacular y lleno de riquezas. Los padres del procés les vendieron esta quimera paradisíaca. Con la independencia serían más felices, se leería más, los niños comerían helado de postre, crecería la cultura, ganarían más dinero, no estarían oprimidos, el Sol saldría cada día… Todas estas falacias se las creyeron como en el siglo XVI muchos exploradores como Alvarado, Orellana o López de Aguirre cruzaron el charco en busca de un lugar donde un rey se cubría el cuerpo con polvo de oro y realizaba ofrendas en una laguna sagrada.

El Dorado catalán se ha convertido en leyenda o en una cruda realidad. Nada de todo lo dicho ocurrirá. La tierra prometida no existe, al menos tal y como la plantearon. La realidad es que unos señores irán a la cárcel y otros se encargaran de la política cotidiana de Cataluña. Hemos pasado el periodo barroco –tal y como lo hubiera descrito Eugeni d’Ors- y ahora entramos en el clasicismo. Y dentro de este clasicismo hemos de reconstruir todo aquello que estos personajes han roto. Porque aún no son conscientes del mal social que han provocado. No será fácil, pero una vez concluida la quimera de El Dorado, todos debemos poner nuestro granito de arena para reconstruir la muñeca de porcelana de Pau Riba rota en mil pedazos.

César Alcalá