Este articulo molestará a los lectores que votan a Ciutadans y que, por el contrario, alegrará a los separatas por venir de un catalán que no piensa renunciar a ser español ni quiere participar en el remake del 1-O, que estoy seguro que no se celebrará porque un Estado democrático no puede cometer la frivolidad de permitir que se repita la ilegalidad.
Un error ya es suficiente, repetirlo sería el hazmerreír de la comunidad internacional. El hijo del pastelero de Amer no podrá de hinojos a un Estado de Derecho. Si lo hiciera España correría a gorrazos a quien lo permitiera. Ya sea el presidente del gobierno o el Jefe del Estado.
España prefiere la monarquía parlamentaria a la Republica de Podemos, pero se cargaría al rey y al gobierno. Felipe VI y Rajoy lo saben.
Dicho esto me meto a fondo en el lío: no me fío de Albert Rivera. Me duele decirlo pero tengo la obligación de ser sincero. No puedo traicionar a lo que siento: este es el escrito que más me ha dolido, pero que más rápido porque hace ya más de cuatro años que he llegado a esta conclusión: con Rivera nunca me iría a la guerra.
Nadie va a una guerra a morir, salvo los locos, sino para vencer. Entiéndame el sentido de mis palabras. Es una metáfora. Que nadie diga lo que no he dicho. A una batalla voy con mis camaradas. Los que sé que cuando avance me cubrirán con fuego a discreción, pero con Rivera no entraría en una batalla porque caería con el fuego amigo.
Si caigo que sea de frente, no por la espalda.
Sí, soy crudo. Me gusta escribir con ironía porque una sonrisa es la mejor arma defensiva de la dialéctica. La usaban los griegos. No lo he inventado yo. A estas alturas de la Historia sólo se pueden inventar aparatos, no ideas. Hace siglos que esa mina fue agotada. Sólo podemos repetir a los clásicos.
Soy tan crudo al decir que no me fío de Rivera porque lo conocí en el 2006 cuando nadie conocía a Albert. Éramos paisanos y a la primera puerta que llamó cuando decidió con veintiocho años pedir la excedencia de los servicios jurídicos de La Caixa, para liderar Ciutadans, fue la mía: Revista del Vallés. Esta historia sólo la conocen mis íntimos, y ahora ustedes…
Con él tuve dos largas entrevistas, una de ellas la Carátula que era mi sección más elaborada porque el interviú era de dos horas, y luego tenía que invertir otro tanto, sino más, meditando y escribiendo como si fuera el informe de un psicoanalista que había tenido a su paciente echado en el diván recordando lo más revelador de sus veintiocho primaveras.
El vendedor de humo me engañó como ha engañado a más de cinco millones españoles que no votaron a un partido sino a él.
Confieso que me equivoqué: ví en él a un líder inteligente, hábil y telegénico, que en esta época es vital. Pero no me di cuenta que ese hombre joven no tiene corazón… Es lo peor que se puede decir de una persona. No digo que no sea honesto, digo otra cosa.
Explico porque digo lo que he dicho. Ya me ocuparé que se lo pasen.
Al día siguiente de la primera noche electoral de 2006 le llamé a su móvil para felicitarle. No me cogió la llamada. Supuse que era la estrella de ese día y me comí con patatas su silencio. Con una prudencia franciscana esperé una semana para volver a llamar, él no tuvo tiempo para perder conmigo. Esto en el periodismo es un delito de lesa patria, porque de la noche a la mañana se había hecho estelar con esa cautivadora sonrisa que la genética le ha dado. Nunca volví hablar con mi vecino de La Garriga. No era nadie.
Nuestras informaciones sobre este personaje de cara angelical eran refritos de las agencias de prensa. A la tercera semana me cargue con la paciencia del santo Job y repetí la llamada sin respuesta. Con él había cenado un día…Decepcionado por su silencio arrojé la toalla y le pasé el muerto a mi redactor jefe, Jordi Abayà, el director de este Digital, en cuatro años no consiguió que la secretaria le pasara la llamada.
Cuando en agosto de 2013 apareció el VALLES DEL SIGLO XXI, yo era el Director de Honor, le pedí al Redactor Jefe, José Cañas Escamilla, que intentara contactar con él. Cañas hizo de sabueso y tras un mes de persecución Rivera se rindió por su machaconería. Empero, no accedió a una entrevista sino a que le enviara un cuestionario, que me imagino que contestó alguien que pasaba por su despacho.
En esa primera legislatura los otros dos parlamentaris (Antonio Robles y José Domingo) se dieron de baja porque Albert, como narciso, estaba enamorado de su espejo haciendo lo que le daba la gana porque ‘el Rey soy yo’. Del núcleo inicial decenas de afiliados se dieron de baja cuando descubrieron la auténtica cara de Albert…
Vive feliz en un estadio superior entre los cuatro tenores de la política nacional. Hace años que soy consciente de que mi amistad sólo fue el primer peldaño de su escalera de ascenso con el objetivo a la Moncloa. Me cabe el honor de haber sido el primer escalón de su carrera.
Rivera nunca mira atrás, por eso no tiene corazón…
Roberto Giménez