Hoy hablaré de la propuesta de desenterrar al dictador Francisco Franco aprobada esta semana en las Cortes, con la abstención de PP.
Sé que voy a meterme en un jardín de plantas carnívoras con hambre atrasada, pero no me importa decir, como siempre he hecho, lo que pienso.
Este escrito podría ser un ensayo político pero lo convertiré en un artículo telegráfico que ya adelanto no gustará a los lectores más politizados. Ni me importa.
Me gustaría tener veinte años para vivir la vida que no he vivido, pero no para escribir lo que tengo que decir. Para escribirlo tengo que tener la edad que tengo: friso los sesenta años.
Tenía 18 cuando enterraron a Franco. Mentiría si dijera que me alegré cuando le dieron sepultura. No me alegre, pero tampoco sentí pena. Ya tenía edad para morirse.
Sin embargo, sentí pena cuando, tres años después, vi las vergonzosas fotos que había vendido a Interviú su yerno, el Marqués de Villaverde, porque demostraban que le había alargado innecesariamente la vida acaso para hacer coincidir su muerte con la de José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la primigenia Falange casi cuarenta años depués
No sentí pena porque con dieciocho años militaba en el FSU. Un grupúsculo universitario. Yo era el representante político en la Autónoma. Éramos antifranquistas que amábamos a España. Nos dolía porque no nos gustaba… Soñábamos con la revolución social (nacionalizar la banca; introducir el régimen cooperativa en las medianas y grandes empresas; la vieja reforma agraria), y el anhelo de Libertad sin Ira. Algunos cantantes del grupo andaluz Jarcha eran camaradas.
En resumen telegráfico ese era mi pensamiento en mis años mozos.
Las mujeres estaban, pero en un segundo plano. Lo primero era lo primero.
Aquel noviembre de 1975 me sorprendió ver, las vi años más tarde, las fotos de la parroquia de Sant Esteve de Granollers llena hasta la bandera. El único asiento disponible era el del púlpito. Lo de Granollers fue general en todo el país, y ahora hablo de Catalunya. Aquel domingo todos los templos en la misa de Réquiem por el alma del dictador estaban llenos. Ese domingo no fui a misa…
El escritor Javier Cercas hace cuatro años escribió ‘El Impostor’. La vida de Enric Marco, el hombre que se inventó haber sido un superviviente de los campos de concentración nazis, y presidente de la Amical de Mauthausen, que durante veinte años había vivido a cuerpo de rey haciendo bolos por toda la geografía sentimental de los oyentes que se les caía las lagrimas oyendo las mentiras de Enric, el impostor.
Aquel 20 de noviembre de 1975 me sorprendió ver las lágrimas de muchas personas que políticamente no eran franquistas pero que, de facto, lo eran sociológicamente, porque el franquismo consiguió en la década de los sesenta, crear una clase media hasta entonces minoritaria. No niego que muchos brindaran con cava, pero eran una inmensa minoría.
El Régimen de Franco brutal en los años del hambre y del estraperlo de los 40. A mediados de los 50, con el reconocimiento internacional, pasó a ser una dictadura paternalista con una sola condición: que no te metieras en política. Los niños de la guerra aprendieron que de política mejor no hablar; pero los hijos de esos niños, mi generación, ya no temía sino que buscaba la política. Los jóvenes más inquietos de mi hornada.
La gente política que hoy tiene veinte o treinta años desconoce esta realidad. Ven la historia con dos colores en blanco y negro. O en la policromía nacional: el rojo y el azul.
Me incomoda que hoy se quiera exhumar la calavera del general.
Franco no levantó el Valle de los Caídos para ser enterrado en el Altar Mayor de la Basílica. Quien así lo crea no tiene ni puta idea de psicología. Es un lego en política cargando una mochila de prejuicios y frases vacías…
Franco se hizo construir un panteón familiar en el cementerio de El Pardo en donde descansan los restos de Doña Carmen Polo, alias ‘la Perlas’, como la conocían los joyeros de la Gran Vía.
Si llega el día que exhuman la calavera más célebre de Cuelgamuros le harán un favor al finado porque él quería estar en el panteón de El Pardo con su esposa, la Perlas. ¡Vaya paradoja!
Roberto Giménez