El president Puigdemont desconcierta a los catalanes y con ellos al resto del mundo. Los tiene sumidos en la ansiedad y eso no puede ser bueno ni para Catalunya como entidad político territorial, ni para los creadores de empleo o inversionistas, ni para los ciudadanos individualmente considerados, ni para la carrera política o el currículum histórico del propio señor Puigdemont, el cual ha sido calificado por un revista americana como uno de los siete personajes que “arruinarán el 2017”, sin embargo, a los separatistas esa premonición catastrofista les ha puesto la mar de contentos porque, dicen, así se habla de ellos.
Con este triste panorama, en 2015 los catalanes consumieron 7 millones de cajas de ansiolíticos y 6,5 millones de cajas de antidepresivos. En 2016 el consumo fue a más y en 2017 lo más fácil es prever que se agrave la tendencia alcista.
Muchos catalanes respirarían tranquilos y se dedicarían de lleno a la producción y a la generación de riqueza, si el señor Puigdemont aclarase de una vez por todas cómo piensa celebrar un referéndum vinculante sino cuenta con el beneplácito de la legalidad española que es la única que puede evitar que Catalunya haga el ridículo como hizo el 9-N-2014 y es, también, la que tiene la obligación insoslayable de asegurar la normalidad, la estabilidad y el patrimonio de los españoles con vecindad civil catalana.
Después de varios simulacros de constitución que han pasado a mejor vida, uno de ellos le costó el puesto de trabajo a su autor, aunque, sus amigos separatistas se lo compensaron rápido, no es en absoluto de buen presagio para la libertad de expresión, que el señor Puigdemont haya permitido que los separatistas anunciaran la gestación y alumbramiento de una “ley de transición” declarada secreta hasta que a ellos les dé la gana publicitarla. Es obvio que el govern considera que sus súbditos no han alcanzado todavía la mayoría de edad mental necesaria para asimilar ciertas cosas y necesitan un tiempo de maduración. Que el president no prohíba estos juegos, denigra al país.
En la última encuesta del CEO, el no aventajaba al sí por un reducido porcentaje, en otra más reciente, ésta privada, el sí gana al no también por una insignificante diferencia. El “cocinado” de la primera podría haber consistido en que los resultados aparecieran contrarios a la ilusión del president y que la gente se cuestionara: si gana el no ¿por qué Madrid no facilita el referéndum? De los estrategas del independentismo se puede esperar cualquier cosa, incluso utilizar a los niños y a los Reyes Magos para sus perversos fines. No se entiende que el president insistiera en el discurso de fin de año en celebrar un referéndum sabiendo que lo iba a perder (ahora sabe que lo va a ganar, dentro de una semana ni se sabe lo que sabrá), aunque, otra posibilidad, es que no tiene confianza en el CEO. Lo mejor consistiría en desmantelar los servicios del CEO y subcontratar los del CIS, sería más fiable y más barato.
M. Riera