Roberto Giménez
Roberto Giménez

Luis Buñuel le gustaba cerrar sus películas abiertas con dos interpretaciones para que el personal se comiera el coco con ese final opcional. Así que no teniendo el genio del autor de ‘El perro andaluz’, lo imitaré desde dos planos distintos. Una mirada será política y la otra privada. No sé cómo se decantará cuando llegue al punto y final. Uno tiene una idea en la cabeza pero luego aparece el mal genio que te chafa la guitarra, como dicen los antiguos…

En las relaciones personales, como en las políticas, es imposible gustar a todo el mundo. Todo político sensato intenta no salirse de la línea políticamente correcta, incluso cuando dice tonterías. Un ejemplo es el que dediqué a mi paisano, Jordi Turull, en mi última carta que, como era previsible, no tuvo respuesta.

A algunos conocidos también les pasa algo parecido: dicen cosas aparentemente razonables sin ninguna razón…

Así como sucede en la política que es el arte de la seducción en lo público, sucede en las relaciones personales, más intensas durante el veraneo que ya toca a su fin.

En el caso de la política los críticos buscan el fallo del contrario para afianzarse en la verdad de sus principios. En lo privado sucede lo mismo.  Cuando se quiere ver los defectos de los amigos, conocidos o tratados, más que las virtudes, te dejan hecho unos zorros.

No existe el amigo, conocido o tratado perfecto, porque nadie lo es. El quien no tiene una chepa tiene dos, pero el camello no las ve.

Algunas mujeres son como Eva superan a Adán con  la tentación de una manzana o simplemente con un fruto virtual que no viene del Paraíso sino del averno: la dedicación y la labia que emplean en el oficio. Son Cicerones tengan o no estudios, sus pláticas son tan rotundas y celebradas como las de Catón el viejo en el Senado de Roma antes de atacar Cartago (Delenda es Cartagho), muchos años antes que naciera el citado Cicerón…

Estas hadas del encantamiento ponen a sus enemigos, como sucede en la arena política, ante unos espejos cóncavos o convexos y el sujeto retratado se convierte en un ser deformado por la reina del ungüento que consigue amoldar la realidad a sus intereses. Quienes las oyen quedan abducidas por gusto, porque les gusta el lio, o porque están de vacaciones y para líos ya tienen los de su casa.

¿Y los hombres son convidados de piedra? No todos, por supuesto. En el Tenorio el convidado de piedra se rebela ante Don Juan y se sale con la suya.

La seductora Pandora intenta ser el muerto en el entierro, la novia en cualquier boda y la que celebra el cumple aunque no sea su aniversario sino en la fiesta de una amiga hasta en invierno. Lo que le va es ser la Sara Montiel de todas las fiestas. ‘¡Porque yo lo valgo!’, y santas pascuas.

Nada nuevo bajo el sol. Ocurre en la política con disimulo, y en la vida real también. Es un simple juego que destruye relaciones personales, ¿por qué lo hacen? No soy sicólogo pero acudo al proverbio catalán: Qui no te feina al gat pentina…

Es una pena, pero de penares está el mundo lleno… ¿Sin remedio? Sólo hay dos cosas que no tienen remedio: la muerte y pagar impuestos, dixit Woody Allen.

Me ha fallado el subconsciente. Quería hablar de política pero ha salido el sol por Antequera. ¡Vaya por Buñuel!

 

Roberto Giménez