Todos poseemos un cierto conocimiento acerca de la depresión, ya sea por experiencias cercanas que hemos vivido o por difusión social y mediática, pero ¿realmente se comprende? ¿sabemos convivir con una persona que la padece sin descorazonarnos? A continuación se exponen los principales factores que intervienen en la depresión y algunas pautas para aprender a relacionarnos con ella del modo más amigable y efectivo posible.
Posiblemente la imagen más representativa del concepto que acude a nuestra mente al oír la palabra “depresión” es la de un monstruo hambriento dispuesto a zamparse a quien caiga en sus redes, y también que este monstruo se puede hacer frente con coraje y fuerza (así como en la leyenda de Sant Jordi, que con valentía éste le da muerte). Sin embargo, la neurociencia y la psicología demuestran que las personas con depresión no pueden simplemente reaccionar y sentirse mejor espontáneamente ya que la “química del cerebro” se lo impide.
Así pues, la persona depresiva no es una persona débil, frágil… -a veces sorprende que incluso afecta a personas luchadoras, fuertes, sociables…- sólo está desequilibrada emocional o físicamente en algunos aspectos. La depresión no es un monstruo que haya que combatir, principalmente porque tal como ocurre en la lucha de Hércules con la Hidra (de cuya cabeza cortada nacían otras tres) la lucha contra la depresión sólo agrava el sufrimiento. Por el contrario, el verdadero esfuerzo heroico es tolerar (en un sentido de permitir/aceptar/integrar) y comprender para avanzar progresivamente hacia formas de pensar, sentir y actuar más sanas y coherentes con nosotros mismos.
Se define el trastorno depresivo como una enfermedad que afecta al organismo (especialmente protagonistas se erigen las estructuras neuroanatómicas y neurotransmisores del cerebro), el estado de ánimo (tristeza, desasosiego…) y la forma de pensar.
Los factores que predisponen a la depresión pueden ser internos, ligados a la personalidad y otras variables psicológicas del individuo (por eje. perfeccionismo, inseguridad, creencias irracionales…) y/o a la biología (vulnerabilidad genética…) y también ambientales (dificultades económicas, familiares, de salud…).
A pesar de tener factores de riesgo, la depresión se puede prevenir. Numerosas investigaciones científicas avalan la meditación y el mindfulness como factores que protegen no sólo de la depresión sino también de la mayoría de trastornos psicopatológicos. El ejercicio físico, cultivar y ejercitarse en el pensamiento positivo, trabajar la inteligencia emocional (reconocimiento, expresión, comprensión y regulación de las emociones) son los principales aliados del equilibro emocional y mental.
En cuanto a la convivencia con una persona deprimida, ésta puede ser una situación muy difícil y estresante para los familiares y amigos. El dolor de ver a un ser querido con depresión puede generar sentimientos de indefensión y pérdida. Por esto, algunas pautas que pueden seguir los familiares para manejar más hábilmente la situación son:
– Procurar hallar un punto de equlibrio en el grado de protección
– Tomarse un tiempo para sí mismos (estar unas horas al día sin el familiar deprimido para desconectar y pensar en sí mismos)
– Aprender a conocer las propias limitaciones (evitar desgastarse excesivamente)
– No intentar cargar con todo
– Aceptar los sentimientos negativos de enfado e irritación cuando aparezcan
– Comunicar con claridad y sencillez lo que se piensa o siente sin intentar ocultar nada
– Compartir con otras personas nuestras sensaciones (sin guardárnoslas para dentro)
– Se debe evitar tomar lo que dice el deprimido de forma literal
– No se debe estar siempre listo para complacer sus demandas
– Evitar las criticas innecesarias, por el contrario, ser comprensivo y asertivo en el trato con él/ella
– De ningún modo suprimir el apoyo dejándolo a su merced
Por último, puede ser buena idea buscar información o un grupo de apoyo donde poder aprender más sobre la enfermedad.
Lucía Rodríguez
Psicóloga