Roberto Giménez
Roberto Giménez

No es lo que parece, una ironía para los separatas. O tal vez sí, juzguen ustedes cuando lleguen al punto final.

En el último pleno fallido de investidura del non nato presidente PS, su señoría, el señor Tardà, tomó la palabra de su cabeza de lista, el silente señor Rufián, para rubricar el discurso de despedida, diciendo que lo sentía por los súbditos del reino de España, pero que él (o sea, Cataluña), se las piraba… Lo hizo verbal y gestualmente.

Lo que llenó de júbilo a todos los Raholas de la patria estelada hermanados, hoy más que nunca, con los batasunos de Otegui.

Envidio al señor Tardà, y sus Raholas, por una razón que no es de naturaleza política sino mental, exclusivamente psicológica.

El carismático Eduard Punset tiene una frase redonda tan cierta como ocurrente, a nivel de su mente privilegiada: la felicidad está en la sala de espera. Puestos a añadir un pellizco formal, le enmiendo una palabra: la ilusión está en la sala de espera.

Lo está, lo ha estado y lo estará no sólo en política, sino en todas las etapas de la vida: de niño la noche de reyes al despertar sabes si los sueños se han cumplido o no, pero la ilusión de la víspera nadie te la va a quitar; de adolescente la máxima ilusión es conquistar la chica de tus sueños, ya sea de tu calle, escuela o del cine; en el noviazgo el sueño romántico es siempre más hermoso que la vida en común.

En la realidad, como dice Punset, la felicidad está en la sala de espera, y con perdón le remiendo: la ilusión, también. Los creyentes creen que está en el Cielo. Punset, un poco Epicuro, cree que hay que descubrir la vida antes de la muerte… y que después pase lo que tenga que pasar.

Desde hace unos años, nuestros separatas viven instalados en el reino de la ilusión (perdón, señor Tardà, en la República de la Ilu). Y en esa Narnia inventada se sienten tan felices como los protagonistas de las Crónicas de C.S. Lewis.

O como el pueblo de Israel atravesando el desierto del Sinaí tras los trescientos años de cautiverio en Espagipto, ahora dirigidos por los Moisés contemporáneos, la Santa Compaña, de los profetas Mas, Puigdemont, Junqueras, Forcadell (la Muriel ya no), el padre Xirinachs que estás en los cielos y Lluis Llach dándole a la estaca, guiándonos hacia la Tierra Prometida. Anunciándonos todos, con flabioles y timbales del Parlament, que en dos embarazos sin cesárea se abrirán las piernas y se alumbrará el cielo en la misma tierra. Que Cataluña se convertirá en la Holanda del Mediterráneo gracias a esos 16.000 millones de euros que  España nos roba cada año. Vamos, que el cielo está a tocar de los dedos de Mónica Tarribas, nuestra actual Aixó es una Dona; y en las jambas del cinema Paraíso nos estará esperando el intrépido trotamundos Miquel Calzada (Mikimoto).

Empero, la ilusión está en la sala de espera, y concretamente en Cataluña continuarán las listas de espera de la sanidad pública, póngase como se ponga el señor Comín; las largas colas de espera en la oficinas de desempleo, póngase como se ponga el señor Baiget, conseller de empresa; las trapisondas del 3%, Palau de Millet o de la saga de los Pujol. O sea de la corrupción, póngase como se ponga el señor Mundó, conseller de Justicia; o las caracolas en las escuelas, póngase como se ponga, la señora Meritxell, consellera de Educació; y los funcionarios de la UAB continuarán con los bolsillos agujereados, por mucho que el señor Junqueras tenga la llave de la guardiola

Eso sí, siempre quedará la ilusión del recuerdo de la batuta imperial de un argentino que es el único Leo real, el Dios de esta Crónica de Narnia estelada, la república de la ilusión.

PD Al llegar al punto y final veo que me ha salido más irónico de lo que creía cuando empecé. Pero no soy pesimista, porque si la Ley de Murphy se cumpliera todo podría ir mucho peor. Bastaría con que los trabucaires de Puigdemont se echaran al monte, como le gustaba decir al padre Arzalluz, el que nunca se echó.

 

Roberto Giménez