Cada semana me publican dos artículos, los jueves y domingos, en Crónica Global, un diario digital político-económico editado en BCN que está creciendo como la levadura en este horno catalán a punto de reventar; y el tercero es esta Carta del Domingo que aparece en Revista Digital del Vallés y en Revista Digital del Maresme, que pronto se extenderá a una comarca central de Cataluña.
Los tres de esta semana tienen un mismo hilo conductor. Son historias de la corrupción no de hoy sino del pasado. El mensaje de los tres es el mismo: El Meridión (nombre latino a las provincias del sur del Imperio Romano) tiene un gen cultural de raíz religioso que a menudo nos hace caer en el no robarás, el séptimo mandamiento de la Tabla de la Ley que Yahvé entregó a Moisés en el conocido episodio bíblico.
Este pecado tiene que ver con una cultura de la tradición religiosa que es más frecuente en las sociedades católicas que en las luteranas. Ya no tiene que ver con la práctica religiosa, sino es una psique heredada que se ha transmitido de padres a hijos. La sociología confirma mi tesis.
Si les interesa el asunto les invito a que entren en Crónica Global, y lean mis dos últimos escritos (La corrupción no es de hoy y La corrupción es la Ley de la Osmosis). Están colgados en mi muro. No se arrepentirán. En el primero, hablo de tres corrupciones españolas en los siglos XVII, XIX y principios del XX. En el segundo de tres corrupciones catalanas de los siglos XIX y XX, con setenta años de intervalo.
En este portal comarcal contaré tres casos de nuestro ámbito geográfico de caídas al séptimo mandamiento centradas de cuando ‘Ha estallado la paz’, el expresivo titulo de la tercera novela de la saga de la guerra civil de José María Gironella.
Primero: no conozco un caso igual al de Miquel Roure, el secretario municipal de Granollers durante la República, la guerra (junto al Comité Antifascista) y los trece años más represivos del franquismo.
¿Su secreto? Corromper a los prohombres de Granollers, siempre dispuestos a socorrer a los vencedores, falsificando documentos oficiales que certificaban que los depósitos de abastos y otros bienes materiales, dejados en su precipitada huida por los rojos, eran suyos…
Segundo: el secreto del éxito de la Feria de la Ascensión, que pasó a ser de un certamen de ganado local a otro regional con una proyección sorprendente para una ciudad de 30.000 vecinos, fue una mano negra que movió los hilos echando mano del estraperlo. Hablo de Mariano Ganduxer, conocido popularmente como el Rey de la patata.
En tiempos de hambruna el jefe de la II Zona Agrícola (El Vallés) mandaba más que el alcalde, porque tenía la llave de abastos de toda la comarca.
Hasta 1952, en que se acabó con la cartilla de racionamiento, Ganduxer tenía el portillo de la despensa de la alimentación para las familias, pero también de las semillas para el cultivo y pienso del ganado. El rey de la patata daba de estraperlo más semillas y el pienso de lo que se reflejaba en la cartilla de abastecimiento para los ganaderos que participaran en la Feria de La Ascensión…
Tercero: acabada la guerra uno de los muchos problemas que había era la falta de viviendas. La estadística oficial decía que se habían destruido un millón. No había material para construir tanto edificio, y la gente estaba más seca que la mojama. Una de las medidas sociales del Nuevo Estado fue congelar de forma vitalicia los alquileres con los precios de antes de la guerra. A los propietarios esta ley de protección de los inquilinos no les gustó nada porque dejaba sus propiedades de facto como esas ‘manos muertas’ de las fincas en barbecho de la Iglesia. Sin rentabilidad. Pero hecha la ley, hecha la trampa: propietarios avispados untaron al señor Chinchilla, el arquitecto municipal, para que declarara el edificio en estado de ruina y, por lo tanto, los inquilinos debían abandonar su piso porque estaba en peligro un bien mayor: su propia vida. Recuperada la vivienda los propietarios conchabados con el arquitecto daban unos brochazos de pintura y ponían en alquiler el piso con un precio actualizado…
Tres eran tres las hijas de Elena y ninguna era buena. Con estos tres casos ratifico lo que conté en mis escritos anteriores: que ese virus corrupto es una epidemia secular de nuestro país.
La noticia positiva que tengo que darles es que el virus zica afecta a algunos políticos, demasiados, pero no ha llegado a traspasar al cuerpo social de los servidores públicos como son la mayoría de funcionarios policía, jueces, fiscales o carceleros; como sí ha pasado en México a los nietos de Pancho Villa y de Cantinflas.
Roberto Giménez