Roberto Giménez
Roberto Giménez

Confundidos están quienes crean que la corrupción es de hoy y pueda eliminarse con zotal. Las dictaduras son más proclives a las democracias por una cuestión higiénica; cada cuatro años se abren las ventanas y las habitaciones pueden airearse; y los inquilinos hasta pueden cambiar de casera. El aire estacando propicia el moho y el hábito del poder, la molicie. Pero las democracias no se salvan. No hace falta que de ejemplos. Sólo hay que asomarse cada mañana a la estafeta de la prensa…

No se salvan los regímenes políticos, pero tampoco los sistemas económicos. No un problema del capitalismo. El comediógrafo Jardiel Poncela ironizaba que no existe en este mundo cosa peor que las mujeres, si exceptuamos a los hombres…

No corrompen las organizaciones ni las estructuras, sino los hombres. Y contra más poder tengan, peor. Porque sus corruptelas serán más potentes.

Os voy a contar una tan célebre que en el Madrid de la primera década del siglo XVII las majas cantaban esta coplilla en las tabernas: Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España, se viste de colorado, refiriéndose al Duque de Lerma, el válido del Felipe III.
El válido era una figura no institucional, pero que a efectos prácticos hacía lo que hoy hace un primer ministro del gobierno.

A mediados del siglo XVI (1561), el rey nuestro señor Felipe II decidió trasladar la capital de Toledo a Madrid, por diferentes motivos que no vienen al caso. Empero, su hijo decidió trasladarla a Valladolid.
En realidad, no fue una decisión de Felipe III, sino de su válido el Duque de Lerma. El rey entretenido con la caza, pintura, juego de naipes y la música de cámara, se limitó a sancionar la propuesta de su protegido.

Un año antes del traslado de la corte a Valladolid (1601), el válido se dedicó a comprar palacios, casonas, corralas y terrenos en la que tenía que ser la nueva capital. Y cuando las operaciones de compra venta estaban cerradas, le dio al rey que firmara la pragmática del traslado de la corte a doscientos kilómetros más al norte.

La corte estuvo cinco años en la capital vallisoletana. El año anterior a su vuelta a Madrid (1606), Lerma repitió el pelotazo urbanístico, pero ahora en Madrid. Compró palacios, casonas, corralas y terrenos para revenderlas a los cortesanos.

En esos años no había prensa, pero no hacía falta que la hubiera porque los estafados eran los mismos cortesanos. Tal fue el escándalo que Rodrigo Calderón, el válido del válido, fue ajusticiado en la plaza mayor de Madrid. Haciendo bueno el Duque de Lerma aquello de cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar, pidió a Roma que le concediera la vitola colorada de Cardenal como escudo protector. De ahí la copla madrileña.

Historiadores actuales desmienten a los contemporáneos del Duque de Lerma diciendo que esa leyenda fue montada por el conde Duque de Olivares, el válido del rey que le sucedió, Felipe IV.

No diré que no, no soy autoridad académica, pero sí que Lerma no era ningún alma caritativa. De hecho, demostrado está que amasó una gran fortuna personal. Vamos, que era un experto en trapacerías y amaños, lo que demuestra es que la vida y la historia es una noria que da vueltas sobre el mismo eje; y hoy como ayer los políticos que llegan ponen de vuelta y media a los que salen.

De la Historia se aprende que nada es nuevo, sino todo muy viejo.

Roberto Giménez